Las alas de María



Había una vez una niña llamada María, que era muy especial. A diferencia de otros niños de su edad, ella soñaba con cosas increíbles y fantásticas. Su imaginación volaba tan alto como las nubes en el cielo.

Un día, mientras María estaba jugando en el campo, vio a una vaca pastando tranquilamente cerca de un árbol.

De repente, tuvo una idea loca: ¡quería volar en la espalda de esa vaca! María sabía que era imposible que una vaca pudiera volar, pero eso no le importaba; ella creía firmemente en sus sueños. María se acercó a la vaca y comenzó a hablarle cariñosamente: "Hola, amiguita vaquita. ¿Sabías que tengo un sueño? Quiero volar contigo por los cielos".

La vaca la miró con curiosidad y movió su cola como si entendiera lo que María le decía. Decidida a cumplir su deseo, María buscó materiales por todo el campo para construir unas alas especiales para la vaca.

Usó palos, hojas y cuerdas para crear unas alas grandes y coloridas. Luego las sujetó cuidadosamente a la espalda de la vaca.

Cuando terminó de hacerlo, María se subió con cuidado sobre la espalda de la vaquita y agarró las riendas improvisadas hechas con hierba trenzada. "-¡Vamos vaquita! ¡A volar!", exclamó emocionada. La vaquita empezó a correr por el campo mientras María sostenía fuertemente las riendas.

Ambas estaban tan emocionadas que ni siquiera notaron a los animales del bosque que las seguían con curiosidad. De repente, la vaca saltó y extendió sus alas. ¡Estaban volando! María se sentía como un pájaro en el cielo, mientras la vaquita batía sus alas con fuerza.

Pasaron sobre los árboles, vieron ríos cristalinos y montañas imponentes. Mientras volaban, María escuchó una voz suave proveniente de abajo: era un búho sabio que vivía en el bosque. "-María, querida niña", dijo el búho.

"Tu valentía y creatividad te han llevado a cumplir tu sueño imposible. Nunca dejes de creer en ti misma". María sonrió y le dio las gracias al búho por sus palabras sabias.

Siguió volando con la vaquita hasta que llegaron a una pradera llena de flores coloridas. Allí encontraron a otros niños que también soñaban con cosas maravillosas. Juntos hicieron una fiesta para celebrar sus sueños e imaginación sin límites.

Compartieron historias fantásticas y aprendieron unos de otros sobre cómo perseguir sus deseos más profundos. Desde aquel día, María nunca dejó de creer en sí misma y siempre recordaba lo importante que era seguir persiguiendo sus sueños sin importar lo locos o imposibles que parecieran.

Y así fue como María descubrió que no hay límites para la imaginación y la creatividad cuando se tiene fe en uno mismo.

Y aunque nunca más volvió a volar en una vaca, siempre llevaba consigo el recuerdo de aquel vuelo mágico que la inspiraba a seguir soñando en grande.

FIN.

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