Las alas de papel



Había una vez un gato llamado Tomás y un ratón llamado Benito que vivían en la misma casa. A pesar de ser muy diferentes, siempre se llevaban bien y eran grandes amigos.

Un día, mientras jugaban en el jardín, Tomás vio a un grupo de pájaros volando en el cielo. Quedó maravillado con su libertad y deseó poder volar como ellos. "-¡Ay, Benito! Si tan solo pudiera volar como esos pájaros. Sería increíble", suspiró Tomás.

Benito miró a su amigo con cariño y le dijo: "-Tomás, aunque no puedas volar como los pájaros, tienes muchas otras habilidades especiales. Eres rápido y ágil, ¡y puedes saltar muy alto!"Tomás sonrió y agradeció las palabras de Benito.

Pero aún así, seguía soñando con poder volar. Un día, mientras exploraba el desván de la casa, Tomás encontró unas viejas alas de papel escondidas entre cajas.

Sin pensarlo dos veces, se las puso y saltó desde lo alto del desván. Para su sorpresa, ¡las alas comenzaron a moverse! Tomás estaba emocionado al ver que podía volar como siempre había deseado. Volaba por toda la casa felizmente hasta que llegó al jardín donde estaba Benito.

"-¡Benito! ¡Mira lo que encontré! Ahora puedo volar", exclamó Tomás emocionado. Benito lo miró asombrado pero preocupado: "-Tomás, ten cuidado. Esas alas pueden ser peligrosas si no sabes cómo usarlas correctamente".

Pero Tomás, emocionado por su nueva habilidad, no le hizo caso a Benito y continuó volando por el jardín. Sin embargo, al intentar dar un giro en el aire, perdió el equilibrio y cayó al suelo. "-¡Ay! ¡Me lastimé!", gritó Tomás mientras se levantaba con dificultad.

Benito corrió hacia él para ver si estaba bien. "-Te lo dije, Tomás. No es seguro volar sin saber cómo hacerlo correctamente". Tomás se sentía muy triste y arrepentido por no haber escuchado a su amigo.

Pero Benito lo consoló diciendo: "-No te preocupes, Tomás. Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos". Los días siguientes, Tomás siguió practicando con sus alas de papel bajo la supervisión de Benito.

Aprendió a controlar sus movimientos y a tener precaución en cada vuelo. Con el tiempo, Tomás se dio cuenta de que aunque no pudiera volar como los pájaros, tenía muchas otras cualidades especiales que lo hacían único. Apreciaba más sus habilidades para saltar y correr rápido.

Desde entonces, Tomás y Benito siguieron siendo grandes amigos y siempre recordaron la importancia de valorarse tal como eran. La moraleja de esta historia es que todos somos diferentes y tenemos nuestras propias habilidades especiales.

En lugar de desear ser alguien más o tener algo que no tenemos, debemos aprender a apreciar lo que sí tenemos y aprovecharlo al máximo.

FIN.

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