Las Alas del Manzano



Era un día soleado y Laura, una curiosa niña de ocho años, estaba en su jardín jugando con su perrito, Lucas. De repente, notó que una hermosa mariposa amarilla revoloteaba alrededor de un viejo manzano que había en el fondo de su casa.

"¡Mirá, Lucas! ¡Qué linda mariposa!" - exclamó Laura, fascinada por la delicadeza de las alas de la mariposa.

Mientras la mariposa danzaba en el aire, Laura se preguntó si podría volar como ella. Entonces, una idea brillante le cruzó la mente.

"¡Manzano, manzano!" - gritó emocionada "¡Quiero tener alas como la mariposa!"

Para su asombro, un suave murmullo emergió del manzano. Las hojas comenzaron a susurrar y, de repente, unas bellas alas doradas aparecieron en su espalda. Laura se miró en un charquito y sonrió con alegría, moviendo sus nuevas alas.

"¡Soy una mariposa!" - dijo riendo, mientras Lucas ladraba con emoción.

Laura decidió volar por todo el jardín, dando vueltas entre las flores, disfrutando de la sensación de libertad. Sin embargo, después de un tiempo comenzó a sentir que algo no estaba bien. Las alas, aunque bonitas, la hacían sentir un poco pesada, y le costaba maniobrar con ellas.

Al aterrizar en el suelo, se topó con su amiga, Valentina, que la miraba asombrada.

"¡Laura! ¡Tenés alas! ¿Cómo hiciste eso?" - preguntó Valentina, fascinada.

Laura, orgullosa, le explicó la magia del manzano. "Es increíble, puedo volar como una mariposa. Pero... también me siento un poco rara."

"Quizás no sea tan bueno volar siempre así. Lo que hace especial a una mariposa es que elige cuándo volar y cuándo descansar" - sugirió Valentina, mirando las alas.

Laura pensó en eso. La mariposa había estado revoloteando, sí, pero también pasaba mucho tiempo en las flores, disfrutando de la belleza del jardín sin volar todo el tiempo.

Luego, Laura decidió hacer otro deseo. "Manzano, manzano, ahora quiero ser igual a mí, pero con un bonito vestido de flores que brille como el sol" - pidió con entusiasmo.

El manzano se movió un poco más y le concedió el deseo. De repente, apareció un hermoso vestido de flores naturales y resplandecientes, y las alas desaparecieron en un destello de luz.

"¡Mirá lo que tengo, Valen!" - Laura giró con alegría, admirando su nuevo vestido. Estaba feliz nuevamente y se sintió como una niña normal, lista para jugar.

A partir de aquel día, Laura aprendió algo importante: no necesitaba cambios drásticos para brillar. La verdadera belleza estaba en ser ella misma y apreciar lo que la rodeaba. Y así, cada vez que pasaba por el manzano, le daba las gracias.

"¡Gracias, manzano! Por ayudarme a recordar que ser yo misma es lo más especial" - decía sonriendo, mientras jugaba con su amiga bajo el sol.

FIN.

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