Las Aventura de Alaska en Buenos Aires



Había una vez una perrita llamada Alaska que vivía en un lindo departamento de Buenos Aires. Alaska era una perra muy juguetona y tenía un hueso muy especial, de color rojo brillante, que le habían regalado en su primer cumpleaños. Todos los días, Alaska salía al parque a jugar con su hueso y a correr por el césped verde.

Un día, mientras jugueteaba en el parque, Alaska notó que un grupo de perritos se estaba reuniendo cerca de un árbol. Intrigada, se acercó a ellos y preguntó:

"¿Qué están haciendo?"

Uno de los perros, un labrador llamado Max, respondió:

"Estamos realizando una búsqueda del tesoro. ¡Queremos encontrar un hueso muy especial que se perdió! ¿Te gustaría unirte?"

A Alaska le encantaba la idea de una aventura, así que respondió emocionada:

"¡Sí, por supuesto!"

Todos los perritos comenzaron a buscar pistas. Cada uno olfateó, cavó y exploró. Luego de un rato, Max dijo:

"¡Aquí hay una pista! Dice que el tesoro se encuentra donde la sombra del árbol es más grande."

"¡Vamos!" gritó Alaska. Todos corrieron hacia el gran árbol donde se sentaban a descansar los dueños de los perros.

Después de llegar al árbol, Alaska se dio cuenta de que había otra pista colgada en una rama.

"Miren, hay algo ahí arriba" dijo emocionada mientras saltaba para alcanzarlo.

Una vez que encontró la pista, comenzó a leerla:

"El tesoro se encuentra donde los humanos suelen jugar, y los niños ríen y se divierten".

"¡Eso debe ser en el área de juegos!" exclamó una perra chiquita llamada Luna.

"¡Vamos a apurarnos!"

Alaska y sus nuevos amigos se dirigieron rápidamente hacia el área de juegos. Cuando llegaron, vieron que había un grupo de niños jugando al escondite. Entre los niños, Alaska vio una figura familiar: su dueña, Marta, que estaba sentada en un banco mirando. Alaska se acercó a ella, su cola moviéndose de felicidad.

"¡Hola, Alaska!" dijo Marta con una sonrisa.

"¡Estoy ayudando a encontrar un tesoro!" respondió Alaska.

Marta notó a los otros perritos y se acercó a saludarlos.

"¿Puedo ayudar?" preguntó.

"¡Sí! Necesitamos intensificar la búsqueda!" dijo Max.

Todos se pusieron a buscar y empezaron a hacer ruido. Pero, de repente, escucharon un llanto. Era un niño que se había caído de su bicicleta y había perdido una de sus rodilleras.

"¿Qué te pasa?" preguntó Alaska, acercándose al niño.

"Me duele la rodilla," dijo el niño entre lágrimas.

"¡No te preocupes!" añadió Luna. "Podemos ayudarte. ¡Siempre hay una manera de arreglar las cosas!"

Alaska pensó que podían compartir su búsqueda del tesoro con el niño, ¡y tal vez encontrar su rodillera en el camino!"¿Te gustaría buscar con nosotros?" preguntó Alaska.

"¡Sí!" dijo el niño con una sonrisa tímida.

Así comenzó la nueva búsqueda de tesoros, ahora con un nuevo amigo. Los perritos y el niño se pusieron a buscar juntos. Mientras revisaban el lugar donde los humanos jugaban, Alaska encontró algo brillante bajo un banco.

"¡Miren!" gritó excitable. Todos se acercaron a ver.

"¡Es tu rodillera!" dijo Max.

"¡Y también es el tesoro!" añadió Luna, animada.

El niño sonrió, sus ojos brillaban.

"¡Gracias, Alaska! Gracias, amigos. Sin ustedes no lo hubiera encontrado. ¡Este es el mejor día de mi vida!"

Alaska, llena de alegría, se dio cuenta de que el verdadero tesoro no era solo el hueso perdido, sino la amistad que había hecho en el camino.

"Lo mejor de todo es que hemos ayudado a un amigo. ¡Eso es lo más importante!" reafirmó Alaska mientras todos celebraban.

Desde aquel día, Alaska no solo jugaba con su hueso en el parque, sino que también sabía que siempre podía encontrar aventuras y amigos si estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Y así, Alaska vivió feliz, saltando y jugando, llevando su hueso rojo brillante a todas partes, preparada para cualquier nueva aventura que la vida le trajera.

FIN.

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