Las Aventura de Anita y Fidelita



Era un invierno lluvioso en el barrio de Villa Cielo, donde las nubes grises cubrían el cielo y las gotas de lluvia caían sin parar. Los días parecían eternos y las calles estaban solitarias. Sin embargo, para Anita y Fidelita, esto no significaba que el día fuera aburrido.

Bajo la protección de un viejo galpón, las dos amigas jugaban con entusiasmo. Habían hecho de aquel espacio su propio refugio de diversión, con risas que resonaban como campanitas.

– ¡Vamos a saltar la cuerda! – propuso Anita, mientras se apoderaba de la cuerda que siempre encontraban en el galpón.

– ¡Sí! Pero yo quiero que hagamos un concurso para ver quién puede saltar más alto – contestó Fidelita, logrando que sus ojos brillaran con emoción.

Las chicas comenzaron a contar sus saltos en voz alta, y poco a poco se fue uniendo la Morocha, una perra juguetona que siempre les hacía compañía.

– ¡Uno, dos, tres…! – contaba Anita, mientras Fidelita saltaba intentando lograr la mayor altura posible. La Morocha, al ver que sus dueñas se divertían, empezó a correr alrededor de ellas, ladrando y moviendo su cola.

Después de un rato, se cansaron del juego y decidieron jugar a la pelota a la del diez.

– ¡Vamos, Morocha! – gritó Fidelita mientras le lanzaba la pelota. La perra corría alegremente, atrapando la pelota con sus dientes y trayéndola de regreso, lo que hacía que las risas de las chicas resonaran aún más.

De repente, una fuerte ráfaga de viento hizo tambalear el galpón.

– ¿Viste eso, Anita? ¡Casi se vuelca! – exclamó Fidelita, sorprendida.

– Sí, ¡me dio miedo! Pero al mismo tiempo es emocionante. ¿Qué hacemos si el galpón se vuela? – dijo Anita con una mezcla de risa y temor.

Las chicas se miraron y decidieron que no podían dejar que el viento arruinara su divertido día. Su valentía las impulsó a hacer un nuevo juego.

– Vamos a construir una fortaleza con cajas – sugirió Anita.

Ambas se pusieron a buscar cajas y viejos objetos que encontraran en el galpón. Con cada caja que apilaban, su fortaleza iba tomando forma, y pronto se sintieron como verdaderas constructoras.

Mientras trabajaban, hacían planes sobre cuántas aventuras podrían vivir en su nueva fortaleza.

– ¡Imaginate que seremos guerreras valientes que defienden su castillo de dragones! – dijo Fidelita emocionada.

– ¡Y Morocha será nuestro perro guardián! – agregó Anita con una sonrisa.

Finalmente, lograron construir la fortaleza perfecta. Justo en ese momento, la lluvia cesó y un rayo de sol se coló entre las nubes. Las chicas, emocionadas, se metieron dentro de su nuevo refugio.

– A veces, lo mejor de un día de lluvia son los nuevos juegos que podemos inventar – reflexionó Fidelita.

– Claro, y siempre podemos encontrar la forma de divertirnos y ser creativas, pase lo que pase – concluyó Anita, con una sonrisa.

Con las sonrisas en los rostros y la creatividad en sus corazones, las dos amigas pasaron la tarde en su fortaleza, listas para todas las aventuras que su imaginación pudiera ofrecerles. A partir de aquel día, la lluvia ya no les parecería un obstáculo, sino una oportunidad para dejar volar su imaginación y crear nuevos juegos.

FIN.

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