Las Aventura de Benito, Ebro y los Pequeños Ayudantes



En un rincón soleado de la granja, dos amigos llamados Benito y Ebro tenían una misión muy especial: repartir alimentos a los animales que vivían allí. Benito, un alegre niño con una sonrisa siempre lista, y Ebro, un perrito inquieto y curioso, comenzaron su día preparando grandes cestas llenas de frutas, verduras y granos.

"¡Hoy vamos a llevarle zanahorias a las conejitas!" - exclamó Benito, mientras llenaba una cesta.

"¡Y no olvidemos a las gallinas!" - ladró Ebro, saltando emocionado.

Con sus cestas listas, los dos amigos se dirigieron hacia el gallinero, donde las gallinas ya estaban picoteando el suelo en busca de alimento.

"¡Hola, amigas plumíferas!" - dijo Benito, alzando la cesta.

Las gallinas, al escuchar a Benito, se aproximaron en un torbellino de plumas y cloqueos.

"Aquí tienen, ¡su comida favorita!" - ¡Zanahorias y granos para todas! La sonrisa de Benito iluminó la granja, mientras las gallinas picoteaban contentas.

Con el primer trabajo cumplido, decidieron hacer una pausa y jugar un rato, cuando de repente, escucharon un fuerte ruido.

"¿Qué fue eso?" - preguntó Ebro, mirando a su alrededor.

De pronto, los amigos se dieron cuenta de que un grupo de niños había aparecido en la granja, llevando grandes mochilas. Eran sus amigos del barrio, que habían venido a ayudarles.

"¡Benito! ¡Ebro! ¡Queremos ayudar!" - gritaron los niños entusiastas.

Los nuevos ayudantes eran Tomás, Lila y Sofía, cada uno con una gran sonrisa y ganas de trabajar. Después de presentarse, decidieron que la próxima parada sería el establo, donde estaban los caballos.

"¡Voy a darles manzanas!" - se ofreció Tomás, mientras Lila y Sofía fueron a buscar heno.

Así que, mientras Tomás se ocupaba de las manzanas, Lila y Sofía cargaron el heno en sus espaldas y comenzaron a caminar hacia los caballos. Pero cuando llegaron, notaron algo extraño.

"¡Oh no!" - exclamó Sofía, mirando a su alrededor. "Los caballos parecen muy inquietos."

"¿Estarán bien?" - preguntó Lila, preocupada.

"Parece que les falta agua, vamos a buscar un balde!" - dijo Benito, decidido.

Con la ayuda de todos, comenzaron a buscar un balde que pudiésemos llenar con agua fresca. Sin embargo, no había balde a la vista. Fue entonces que Ebro tuvo una idea brillante.

"¡Yo vi que el granjero dejó un cubo en la zona de los cerdos!" - ladró Ebro, saliendo corriendo hacia allí. Los niños decidieron seguirlo y, efectivamente, encontraron el cubo.

"¡Genial! Ahora llevemos agua para los caballos!" - dijo Tomás, mientras todos cargaban el cubo hasta el establo. Con gran esfuerzo, lograron llenar el cubo de agua y llevárselo a los caballos que, al ver el agua, relincharon felices.

"¡Eso era justo lo que necesitaban!" - aclamó Sofía, viendo cómo los caballos comenzaban a beber.

"¡Todo gracias a nuestra rapidez y trabajo en equipo!" - agregó Lila, sonriendo.

Contentos con su esfuerzo, decidieron celebrar con un picnic en el campo. Sacaron sándwiches, frutas y jugos que habían llevado para compartir y disfrutaron de una merienda al aire libre.

Pero, mientras estaban riendo y contando historias, un estruendo sonó en la distancia. Era el granjero, que venía corriendo hacia ellos con una expresión alarmada.

"¡Chicos! ¡Nuestros perritos han escapado!" - gritó el granjero, preocupado.

"¡No te preocupes!" - dijo Benito con determinación. "¡Nosotros también podemos ayudar!"

Con un plan rápido, los niños y Ebro se organizaron y decidieron trabajar en equipo para encontrar a los perritos. Siguieron las huellas que dejaron en el campo y, tras un rato de búsqueda, escucharon ladridos a lo lejos.

"¡Allí!" - apuntó Lila, mientras todos corrían hacia el sonido. Al llegar, encontraron a los tres perritos jugando felices en una charca de barro.

"¡Pobrecitos, no se han hecho daño!" - dijo Sofía riendo. "Pero hay que llevarlos de vuelta antes que el granjero se preocupe más."

"¡Ebro! ¿Puedes ayudarnos a llevarlos?" - sugirió Tomás.

Ebro, entusiasmado, se acercó a sus amigos animals y empezó a guiarlos de vuelta al camino. Con mucho cuidado, los niños formaron una cadena humana y, junto a Ebro, lograron llevar a los perritos de regreso, mientras todos reían y disfrutaban de la aventura.

Cuando llegaron, el granjero se sintió aliviado y muy agradecido.

"No sé qué haría sin ustedes, ¡son un verdadero equipo!" - dijo.

Así, la tarde terminó con risas, bocados de comida y la satisfacción de un trabajo bien hecho. Benito, Ebro y los niños aprendieron que todos podían colaborar y ser parte de algo grande, cuidando de los animales y apoyando al granjero.

"Siempre que trabajamos juntos, todo es más fácil y divertido!" - concluyó Benito.

"¡Sí! Y podemos hacer más aventuras como esta!" - ladró Ebro, moviendo su cola.

Desde ese día, todos en la granja se hicieron inseparables amigos y cada semana se juntaban para repartir alimentos y ayudar a cuidar a los animales. Así, la granja siempre estaba llena de alegría, amor y la promesa de nuevas aventuras.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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