Las Aventura de Evan y su Mamá



Había una vez un niño llamado Evan, quien vivía con su mamá en un hermoso barrio rodeado de árboles y flores. Todos los días, después de la escuela, Evan y su mamá tenían una cita especial: ¡jugaban juntos! No importaba si hacía sol o nublado, siempre había tiempo para la diversión.

Un día, mientras estaban en el parque, Evan dijo emocionado: -¡Mamá, juguemos a buscar tesoros! Yo voy a ser el pirata.

Su mamá rió y aceptó el desafío: -¡Claro que sí, capitán! ¡A buscar se ha dicho!

Evan y su mamá se pusieron a buscar 'tesoros' que eran solo cosas comunes como piedras con formas divertidas y hojas de colores. Pero para ellos, cada objeto era un gran hallazgo. Evan levantó una piedra amarilla.

-¡Mirá, mamá! Esta piedra parece una moneda dorada. ¡Rápido, guardémosla en el cofre del tesoro!

-¡Excelente, pirata! ¡Cada tesoro cuenta! -respondió su mamá, con los ojos brillando de alegría.

Sin embargo, mientras seguían jugando, apareció un pequeño perrito perdido. Tenía el pelaje marrón y los ojos muy grandes. Evan, lleno de curiosidad, se acercó lentamente al perrito:

-¿Hola, amigo? ¿Estás perdido? -preguntó Evan con dulzura.

El perrito movió la cola, y Evan sintió que debía ayudarlo. -Mamá, el perrito se ve triste. ¿Podemos ayudarlo a encontrar su casa?

Su mamá accedió con una sonrisa: -Claro, ¡seremos los mejores detectives de mascotas!

Evan y su mamá se pusieron manos a la obra. Miraron alrededor y preguntaron a otros niños en el parque:

-¿Alguien vio a este perrito? -preguntó Evan con esperanza.

Finalmente, una niña pequeña reconoció al perrito. -Esa es Lulú, se escapó de mi casa. ¡Gracias por encontrarla! -exclamó, corriendo hacia ellos.

Evan se sintió muy feliz al saber que había hecho una buena acción. -Mamá, ayudar a Lulú fue como encontrar un verdadero tesoro, ¿no? -dijo emocionado.

-Así es, Evan. A veces, los mejores tesoros son aquellos que no se pueden ver, sino sentir en el corazón -respondió su mamá.

Mientras caminaban a casa, Evan pensó en lo que había aprendido aquel día. -Mamá, ¿puedo ser un señor del tesoro y un ayudante de animales al mismo tiempo?

-¡Por supuesto! Podemos ser lo que queramos ser. Cada día es una nueva aventura y siempre hay algo hermoso por descubrir -le dijo su mamá, mientras se abrazaban en la acera del camino.

Evan se sintió feliz. Sabía que las aventuras no solo estaban en los juegos que jugaban, sino también en las acciones amables que se podían hacer cada día.

Y así, Evan comprendió que jugar y ayudar a los demás podían ir de la mano. Desde ese día, cada vez que jugaba, también se propuso ser un gran amigo y un ciudadano solidario, haciendo de su pequeño mundo, un lugar mejor. ¡Y quien sabe! Tal vez algún día también sería un famoso explorador.

Y así, el niño que comenzó buscando tesoros normales, terminó encontrando la verdadera riqueza de la amistad y la generosidad. Y todos los días siguió jugando con su mamá, sabiendo que juntos podían hacer del mundo un lugar lleno de aventuras increíbles.

FIN.

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