Las Aventura de Karen en la Pradera Primaveral



Era una hermosa tarde de primavera cuando Karen decidió dar un paseo por la pradera. El sol brillaba intensamente y las flores llenaban de colores el paisaje. Mientras caminaba, escuchaba el canto de las aves y el murmullo del viento entre los árboles. Todo parecía tan mágico y lleno de vida.

Karen se sentía feliz. "¡Qué lindo día!", exclamó mientras se detenía a oler una margarita. De repente, notó algo moverse entre la hierba alta. Se agachó y vio a un pequeño conejo blanco, que la miraba con curiosidad. "Hola, amigo", le dijo Karen sonriente. "¿Te gustaría jugar conmigo?"

El conejo, que se llamaba Toto, movió sus orejas entusiasmado. "¡Sí, me encantaría! Pero no quiero que te asustes con el pajarito que está volando por allí. Es un poco travieso."

Karen, intrigada, siguió la mirada de Toto. Un pequeño colibrí de plumaje brillante revoloteaba cerca. "No tengo miedo. ¡Vamos a descubrir juntos quién es!"

Ambos corrieron juntos, persiguiendo al colibrí por la pradera. Cada vez que pensaban que lo tenían cerca, el pajarito se alejaba un poco más. Así, se adentraron en una parte de la pradera que Karen nunca había visitado. Cuando creían que habían perdido al colibrí, llegaron a una pequeña laguna, donde el sol se reflejaba en el agua.

"Mirá, Toto, ahí está!", gritó Karen emocionada. El colibrí había aterrizado en una flor muy cerca de la orilla. Pero entonces, algo inesperado ocurrió: un grupo de patos apareció de la nada, salpicando agua a su alrededor. "¡Cuidado!", gritó Toto, mientras ambos se apartaban de un chapuzón.

"¿Qué hacen esos patos aquí?", se preguntó Karen, sorprendida. Un pato mayor se acercó, agitó sus plumas y dijo con voz profunda: "Estamos aquí buscando un lugar seguro para que nuestros patitos aprendan a nadar. ¿Vieron a algún colibrí?"

Karen se rió y dijo: "Sí, pero lo hemos perdido en la travesura. ¿Podemos ayudar a tus patitos?"

Los ojos del pato se iluminaron. "Realmente nos ayudaría. Solo necesitan un poco de confianza y esta es la única vez que tienen que hacerlo."

Intrigada, Karen miró los patitos que estaban temerosos asomándose al borde del agua. "Chicos, ¡el agua está deliciosa! No tengan miedo, ¡es como un gran abrazo!"

Los patitos se miraron entre ellos, dudosos. "Pero… no sabemos nadar", balbuceó uno con voz temblorosa.

Toto se unió a la conversación: "Confiamos en que lo pueden hacer. Yo tampoco sabía antes, pero aprendí jugando. Cuando te diviertes, todo es más fácil."

Animados por sus palabras, los patitos se acercaron poco a poco a la orilla. Karen y Toto entraron en el agua, chapoteando y riendo. "Vengan, ¡es como saltar en el aire!" grito Karen.

Con mucho cuidado y al ritmo de los saltos y las risas, uno de los patitos se aventuró y, tras un momento de duda, se lanzó al agua. "¡Mamá! ¡Mira, estoy nadando!", gritó emocionado.

Pronto, los otros patitos se unieron y todos comenzaron a nadar, surcando la laguna con alegría.

El pato mayor, orgulloso, sonrió a Karen y a Toto. "Gracias por ayudar a mis patitos. Hoy aprendieron que a veces, solamente hay que dar el primer paso."

Karen sonrió y dijo: "A veces, los más pequeños pueden enseñarnos valiosas lecciones."

Mientras el sol comenzaba a esconderse, Karen se despidió de sus nuevos amigos y prometió regresar pronto. "Hoy ha sido un día increíble. ¡Hasta la próxima, Toto!"

"Siempre estaré aquí, esperando otra aventura. ¡Chau, Karen!"

Con una sonrisa que iluminaba su rostro, Karen regresó por la pradera, llevando consigo el recuerdo de una jornada mágica.

Y desde ese día, Karen no solo se convirtió en la amiga de Toto, sino que también se sintió un poco más valiente. Había aprendido que, en el fondo, todos podemos superar nuestros miedos si tenemos amigos y nos animamos a dar el primer paso.

FIN.

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