Las Aventura de Tomás y las Cascadas Mágicas
Había una vez en un pequeño pueblo en el norte de Argentina, un niño llamado Tomás. Era un niño curiosidad escrita en su rostro, lleno de deseo por descubrir los encantos de su tierra. A Tomás le fascinaban las cascadas, especialmente las del Parque Nacional Iguazú, que su abuela siempre le describía como mágicas.
Un día, mientras jugaba en el jardín, su mejor amiga, Ana, llegó corriendo con una sonrisa amplia.
"¡Tomás! ¡Tenés que venir a ver esto!" - dijo Ana emocionada.
"¿Qué pasa?" - respondió Tomás, intrigado.
"Un clima raro está sucediendo. ¡Hay una tormenta brillante sobre las montañas!" - explicó Ana.
Tomás rápidamente decidió que tenían que ir a ver la tormenta. Así que se pusieron sus botas y salieron con una mochila llena de provisiones, determinando que esa aventura iba a ser inolvidable.
Mientras caminaban hacia la montaña, el clima empezó a cambiar. La atmósfera se llenó de energía, y las nubes comenzaron a moverse creando formas asombrosas en el cielo.
"Mirá esas nubes, parecen animales voladores. ¿Ves aquel tigre?" - señaló Ana.
"Sí, ¡y ahí hay un pez gigante!" - sostuvo Tomás, sin poder contener su emoción.
Al llegar a la cima, la tormenta comenzó, pero era diferente a cualquier tormenta que habían visto. En lugar de relámpagos y truenos, había destellos de luces de colores que danzaban por el cielo. Justo entonces, un vendaval suave sopló, trayendo el delicioso aroma de las frutas de la región.
"¿Y si vamos a buscar frutas para hacer limonada?" - sugirió Tomás.
"¡Genial! Pero primero, mirá hacia el otro lado... ¡es una cascada!" - exclamó Ana, apuntando hacia lo que parecía ser un río desbordante.
Esa cascada era diferente a todas las que habían visto. El agua brillaba como si estuviera hecha de cristal. Decidieron acercarse.
Al llegar, se encontraron con un paisaje mágico: muchos pequeños duendes estaban saltando y jugando en el agua. Uno de ellos, con una gorra de hojas, les habló con una voz melodiosa.
"¡Bienvenidos, viajantes! Soy Lumo, el guardián de esta cascada. Cada vez que hay una tormenta brillante, se revela nuestra casa mágica." - dijo el duende.
"¿Qué es esta magia?" - preguntó Tomás, asombrado.
"Es el clima de nuestra tierra, que se mezcla con el espíritu de la naturaleza. Aquí, cualquier cosa es posible cuando el cielo se ilumina de colores." - aseguró Lumo.
Tomás y Ana se sintieron emocionados. Querían ayudar a los duendes a cuidar la cascada.
"¿Cómo podemos ayudar?" - preguntó Ana.
"Cada vez que hay tormentas, los restos de vidrio y plástico caen en el agua y necesitamos su ayuda para limpiarlo. Así que si ustedes recogen todo lo que pueda dañar nuestro hogar, les enseñaremos un truco especial para disfrutar de esta magia en su pueblo también." - respondió Lumo.
Sin pensarlo dos veces, los amigos comenzaron a recoger basura. Mientras trabajaban, hicieron un concurso para ver quién recogía más.
"¡Mirá este pedazo de vidrio, creo que yo he ganado!" - se rió Tomás.
"No tan rápido, ya tengo esto, ¡un montón de plásticos!" - respondió Ana, riendo también.
Después de un rato, la cascada relucía más que nunca. Los duendes saltaron de alegría, y Lumo, lleno de gratitud, les enseñó a ambos un hechizo especial.
"Ahora podrán, siempre que sea un día soleado, invocar la chispa de la cascada llenando un frasco con agua de aquí. Así podrán disfrutar de un poco de nuestra magia en sus casas." - dijo el duende.
Tomás y Ana, radiantes de felicidad, agradecieron a Lumo y prometieron proteger el ambiente de su pueblo. Cuando regresaron a casa, llevaban el frasco lleno de agua mágica y en sus corazones la promesa de cuidar siempre de la naturaleza.
Desde aquel día, cada vez que el clima cambiaba, Tomás y Ana recordaban la magia de la cascada y el deber de proteger su tierra. Así, cada vez que soñaban con esa tormenta brillante, sabían que la verdadera magia estaba en sus manos y en su amor por la naturaleza.
FIN.