Las Aventuras de Abril y las Fresitas Mágicas
Había una vez, en un colorido barrio de Buenos Aires, una niña llamada Abril. A Abril le encantaban las fresas. Cada vez que veía un puntero rojo de fresas en el mercado, sus ojos brillaban como estrellas. Sus amigos, Luna y Mateo, también compartían su pasión por las fresas y juntos soñaban con tener su propio jardín lleno de ellas.
Un día soleado, Abril reunió a sus amigos.
"¡Chicos! ¿Qué les parece si hacemos un jardín de fresas en el patio de la escuela?" propuso Abril.
"¡Es una genial idea!" exclamó Luna.
"Sí, pero necesitamos semillas y tierra," añadió Mateo.
Los tres amigos decidieron hablar con la maestra Claudia.
"Seño, queremos hacer un jardín de fresas," dijeron con entusiasmo.
"Me parece una excelente idea. Pero no solo bastará con plantar, también hay que cuidarlas y aprender sobre ellas. ¿Están listos para el desafío?" respondió la maestra con una sonrisa.
Los niños emocionados comenzaron a investigar sobre las fresas. Aprendieron que las fresas son deliciosas, pero también muy nutritivas y que podían crecer en cualquier lugar si se cuidaban bien. Después de unos días, la maestra les facilitó tierra y semillas, y así comenzaron su proyecto.
Cavaron, plantaron las semillas y regaron la tierra todos los días. Cada mañana, después de clase, se reunían para cuidar sus fresas. Con el paso de los días, las fresas empezaron a brotar pequeñas hojas verdes.
Un día, mientras cuidaban sus plantas, Luna notó algo extraño.
"¿Chicos, miren eso?" dijo señalando unas fresas que brillaban como si tuvieran un pequeño resplandor.
"¡Son fresas mágicas!" exclamó Mateo, emocionado.
"Ojalá sean comestibles," dijo Abril mientras se acercaba cautelosamente.
Decidieron probar una de las fresas brillantes. Para su sorpresa, al morderla, sentieron una explosión de sabor y se dieron cuenta de que les daban una energía increíble.
"¡Esto es increíble! Nos sentimos más fuertes y más felices," dijo Abril riendo.
Con el tiempo, se enteraron que las fresas mágicas también les daban la capacidad de hacer crecer sus plantas aún más rápido. Pero entonces, notaron que algunas plantas empezaron a crecer de forma descontrolada y algunas alcanzaron un tamaño gigante.
"Uh, parece que tenemos un pequeño problema..." dijo Mateo nervioso.
"Sí, no podemos dejar que se salgan de control. Necesitamos encontrar una solución," dijo Luna.
"Tal vez deberíamos hablar con la seño para que nos ayude," sugirió Abril.
Fueron corriendo a la maestra Claudia y le explicaron la situación.
"Es importante aprender a manejar el crecimiento y los recursos. A veces, las cosas buenas también requieren responsabilidad," les dijo la maestra.
Con la ayuda de la maestra, los chicos aprendieron a podar las plantas y a cuidar su jardín con equilibrio. Empezaron a hacer pequeñas ferias en la escuela vendiendo fresas y recolectando dinero para ayudar a otros jardines de su barrio.
Con el tiempo, no solo aprendieron sobre las fresas, sino también sobre trabajo en equipo, responsabilidad y solidaridad. Al final de la temporada de fresas, decidieron hacer una gran fiesta en la escuela para celebrar el éxito de su proyecto.
"¡Vamos a invitar a todos y a compartir nuestras fresas!" pidió Abril entusiasmada.
"¡Y a mostrarles lo que aprendimos sobre el cuidado de las plantas!" agregó Luna.
"¡Esto será increíble!" concluyó Mateo.
El día de la fiesta, el patio de la escuela se llenó de sonrisas, risas y mucha alegría. Sus fresas mágicas no solo les habían dado un mágico sabor, sino también una bellísima amistad y un gran aprendizaje.
Así, Abril, Luna y Mateo vivieron una aventura inolvidable, donde descubrieron el valor de cuidar la naturaleza y el poder de compartir lo que tenían con los demás. Y aunque las fresas mágicas se terminaron, la magia de su amistad perduró para siempre.
FIN.