Las Aventuras de Alely y Amatista
En un pequeño barrio de una ciudad llena de colores, vivían dos hermanas muy diferentes. Alely, la mayor, era una niña aventurera a la que le encantaba salir a explorar el mundo, mientras que Amatista, la menor, prefería quedarse en casa y sumergirse en los libros de cuentos. A pesar de sus diferencias, ambas se querían muchísimo.
Una mañana soleada, Alely decidió que era el día perfecto para una aventura. "¡Amatista! Vamos a buscar el tesoro escondido en el parque del barrio", propuso entusiasmada. Amatista, sin embargo, estaba muy cómoda en su sillón, con un libro de hadas en las manos. "No sé, Alely. Estoy muy entretenida leyendo sobre las princesas. No creo que encontrar tesoros sea tan divertido", contestó, frunciendo el ceño.
Alely insistió, "Pero imaginate, puede que encontremos monedas antiguas, o un mapa misterioso... ¡Vamos!". Después de varios minutos de regateo y algunos tirones de oreja, Amatista finalmente aceptó. "Está bien, solo si prometés que no me harás caminar demasiado. Y después volveremos rápido a casa para seguir leyendo", dijo, con un atisbo de entusiasmo.
Las dos hermanas se pusieron de pie y salieron hacia el parque, llevándose una mochila con bocadillos y una linterna, por si acaso.
Al llegar al parque, Alely se adentró entre los árboles, mirando con atención el suelo en busca de pistas sobre el tesoro. "¡Mirá, Amatista! Aquí hay unas piedras que parecen marcar un camino", exclamó, señalando un pequeño sendero rocosa. Amatista, un poco reacia, la siguió, aunque no dejaba de mirar su reloj para calcular el tiempo que faltaba para volver a casa.
De repente, escucharon un extraño ruido. "¿Qué fue eso?" preguntó Amatista, asustada. "No lo sé. Tal vez es el guardabosques protegiendo el tesoro", respondió Alely, emocionada. Decidió seguir el ruido y, para su sorpresa, se encontraron con un lindo perrito que parecía perdido.
Amatista, aunque nerviosa, se acercó. "Pobrecito. ¿De dónde habrás salido?". El perrito movió la cola y les ladró alegremente. "Creo que deberíamos ayudarlo", sugirió Alely, ignorando el tesoro por un momento. "Pero, ¡el tesoro!" protestó Amatista.
"Si encontramos a su dueño, quizás nos den una recompensa", dijo Alely riéndose. Amatista se unió a su risa y, juntas comenzaron a buscar al dueño del perrito, olvidando completamente su misión inicial.
Después de unos minutos de búsqueda, encontraron a una niña que estaba desesperada buscando. "¡Mi perrito!" gritó emocionada. "Lo encontramos en el parque. Se llama Max", dijo Amatista con orgullo.
La niña, agradecida, explicó que Max había escapado mientras jugaban en su jardín y que sus padres le habían prometido una helada si lo encontraban. "Por favor, venida a celebrarlo con nosotras, es esta tarde". Las hermanas, encantadas, aceptaron la invitación.
Mientras caminaban de regreso a casa, Amatista miró a Alely. "Creo que esta aventura fue más emocionante que cualquier cuento que haya leído". Alely sonrió. "A veces, los tesoros son más de lo que uno espera... ¡como nuevas amistades!". Ambas se sintieron felices y un poco cansadas, pero habían hecho un gran descubrimiento: la alegría de ayudar a los demás.
Esa tarde fueron a la fiesta donde disfrutaron de deliciosas heladas y conocieron a muchas niñas del barrio. Alely y Amatista se dieron cuenta de que, aunque a veces pelearan, siempre había aventuras y risas esperándolas juntas. Y así, en cada pelea, se recordaban mutuamente que, en el fondo, se amaban y siempre podían contar la una con la otra para interesantes aventuras.
Desde entonces, en vez de pelear a menudo, se retaban a nuevas aventuras, compartiendo siempre una sonrisa, y descubriendo que el mayor tesoro eran los momentos juntas.
FIN.