Las Aventuras de Amoroso Hermenegildo Varela



Había una vez, en la vasta llanura de Entre Ríos, un niño llamado Amoroso Hermenegildo Varela, que soñaba con ser el mejor capataz de tropa de todo el país. Desde muy pequeño, había aprendido a amar la vida en el campo, donde la naturaleza le enseñaba lecciones de paciencia, esfuerzo y amistad.

Un día, mientras ayudaba a su padre a trasladar la hacienda en la Estancia El Cardal, Amoroso se dio cuenta de que su tarea era más que solo transportar animales. Era una responsabilidad que debía ganarse con respeto y entendimiento. Estaba lloviendo y el camino estaba resbaladizo, pero el joven no se echó atrás.

"- ¡Vamos, viejo! No podemos dejar que un poco de barro nos detenga!" - animó a su padre, mientras movía valientemente su caballo hacia el frente.

Su padre, un hombre sabio y experimentado, simplemente sonrió y dijo:

"- Tené cuidado, hijo. Siempre hay que respetar a la tierra y a los animales, no se trata solo de llegar a la meta. A veces, el viaje es más importante que el destino.

"

Amoroso se sintió inspirado. Decidió que, aunque a veces se enfrentaría a desafíos difíciles, seguiría ese consejo. A los 12 años, ya había adquirido un profundo amor por el campo, y sabía que quería ayudar a criar y mover las haciendas.

Un año después, ocurrió algo inesperado. En una de las travesías, un potro se escapó del rebaño y se adentró en el bosque. Amoroso vio la escena y, sin pensarlo dos veces, corrió tras él.

"- ¡No te vayas, amigo! ¡Vuelve!" - gritó Amoroso, mientras el potro asustado se adentraba entre los árboles.

Era un reto, pero no se dio por vencido. Con cuidado y soltura, logró acercarse al potro.

"- Esto es solo un juego, ¿no? Te prometo que no te haré daño.

" - le habló Amoroso, con voz tranquilizadora.

Con mucha paciencia, el niño se acercó poco a poco, hasta que el potro se calmó y dejó que lo acariciara. Amoroso se sintió feliz, no solo por haber recuperado al potro, sino porque había aprendido la importancia de la confianza entre los humanos y los animales.

No obstante, cuando regresó a la estancia, su padre lo esperaba con el rostro serio.

"- Amoroso, sé que te gusta correr riesgos, pero tené mucho cuidado. Siempre hay que pensar con la cabeza fría, incluso en los momentos que parecen divertidos.

"

Amoroso sabía que su padre tenía razón y se comprometió a ser más responsable. No pasaron muchos días cuando escucharon rumores de que un grupo de forasteros estaba tratando de robar ganado en la zona. Amoroso observaba a su padre y a los otros capataces prepararse para proteger la hacienda.

"- Viejo, ¿puedo ayudar? ¡Quiero ser parte de esto!" - dijo Amoroso con determinación.

El padre miró a su hijo, viendo la chispa en sus ojos, y decidió darle una oportunidad.

"- Está bien, pero debes seguir mis órdenes al pie de la letra.

"

Amoroso aceptó. Esa noche, se prepararon para proteger el ganado. Cuando los forasteros llegaron, Amoroso recordó cada lección que había aprendido.

"- ¡No! ¡No dejen que se escapen! ¡Sigan a los caballos!" - gritó, mientras guiaba a sus amigos y a los otros caballos.

El plan resultó eficaz. Los forasteros se vieron obligados a retroceder, y el ganado quedó a salvo. Esta vez, su padre sonrió con orgullo.

"- Has hecho un gran trabajo, hijo. Has aprendido a ser un verdadero capataz de tropa.

"

Amoroso sintió una gran satisfacción. Sabía que había crecido mucho en ese tiempo y que cada día en el campo le enseñaba algo nuevo.

Desde ese entonces, cada tarea que Amoroso emprendía, la hacía con amor y dedicación, hasta que por fin, algunos años más tarde, logró ser el capataz de tropa que siempre soñó ser. Siempre recordaría las lecciones de su padre y el valor de la perseverancia, la responsabilidad y, sobre todo, el respeto por los animales y la tierra.

Y así, entre paseos a caballo, traslados de hacienda y muchas risas con sus amigos, Amoroso Hermenegildo Varela continuó viviendo aventuras inolvidables en la Estancia El Cardal.

FIN.

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