Las Aventuras de Ángel
Ángel era un chico de tres años que vivía en un barrio colorido y lleno de vida. Cada día, al despertar, su corazón salía disparado como un cohete porque sabía que iba a crear nuevas historias que contarle a sus papás. No solo a su mamá, Lourdes, quien siempre lo escuchaba con atención, sino también a su papá, Ángel, que le llenaba de preguntas curiosas.
Una mañana soleada, mientras jugaba con sus coches de juguete en el patio, Ángel tuvo una idea brillante.
"¡Mamá! ¡Papá! ¡Hoy voy a inventar una historia sobre un coche mágico que vuela!" exclamó con entusiasmo.
Lourdes y Ángel se acercaron a escuchar.
"¿De qué se trata?" preguntó su papá, sonriendo.
"Era una vez un coche llamado Volador, que podía llevar a los niños a cualquier parte del mundo. Un día, Volador decidió llevar a un grupo de amigos a la luna para jugar con los conejitos lunares. "
"¿Conejitos lunares? ¡Qué locura!" dijo su mamá entre risas.
Ángel continuó contando su historia, mientras sus abuelos Luz e Irene escuchaban desde la cocina, también intrigados por las aventuras del pequeño.
Esa tarde, Ángel decidió que quería llevar a su historia a otro nivel.
"Voy a invitar a mis amigos a un viaje en coche mágico, ¡pero debemos prepararnos para cualquier aventura!" pensó,
y corrió a buscar a su abuela Luz.
"Abuela, ¡necesito tu ayuda!" pidió.
"¿En qué puedo ayudarte, mi amor?" respondió Luz con ternura.
"Voy a juntar a mis amigos y haremos una aventura real en el parque. ¡Vamos a crear el coche mágico!"
Luz sonrió.
"¡Claro! Vamos a buscar cartones, tijeras y pintura. ¡Hagamos que ese coche sea espectacular!"
Después de muchas risas y trabajo en equipo, el coche quedó hermoso. Cada uno de sus amigos contribuyó con algo especial: una ventana de papel, ruedas de tapitas, ¡y hasta un volante mágico hecho con un plato!
Un día, mientras jugaban, notaron un grupo de niños que se miraban con curiosidad. Ángel, siempre lleno de entusiasmo, decidió invitarlos:
"¡Hola! ¿Quieren unirse a nuestra aventura en el coche mágico? ¡Nos vamos a la luna!"
Los nuevos niños titubearon al principio, pero pronto la idea de un viaje mágico les resultó tan emocionante que no pudieron resistirse.
"¡Sí! ¡Vamos!" gritaron todos al unísono.
Así, formaron un gran equipo y comenzaron a jugar. Sin embargo, se dieron cuenta de que estaban en un lugar desconocido del parque.
"¡Esto no es la luna!" dijo uno de los niños, decepcionado.
"Pero esto es... ¡la Tierra mágica! Aquí hay dragones de papel y mares de pintura. ¡Podemos inventar mil historias!" replicó Ángel.
Entonces, con la magia del juego, empezaron a explorar y a hacer sus propias historias sobre dragones, tesoros escondidos y castillos. Se olvidaron por completo de que su misión inicial era ir a la luna.
Mientras jugaban, llegaron las abuelas que habían estado mirando con alegría.
"¡Qué aventura tan fantástica!" dijo la abuela Irene.
Los chicos comenzaron a contarles sus historias y, aunque tensas en un inicio, sus sonrisas se dibujaron al ver la alegría en los rostros de los niños.
"A veces, las mejores aventuras suceden cuando menos te lo esperás" dijo el abuelo Manolo.
Los niños comprendieron que lo más valioso no era llegar a la luna, sino disfrutar cada momento juntos y crear un mundo donde podían ser quienes quisieran.
"¡Queremos más aventuras!" exclamó Ángel.
Y así continuaron, jugando con su coche mágico, explorando la Tierra mágica, apilando cuentos y risas, creando historias sin fin, sabiendo que, sin importar el destino, lo que realmente importaba era estar juntos y soñar.
Al final del día, Ángel cerró los ojos en su dormitorio, sonriendo mientras pensaba en todas las aventuras que aún les quedaban por vivir.
"¡Mañana seremos piratas en busca de tesoros!" dijo emocionado.
Y con esa frase, se sumergió en un sueño lleno de nuevas historias para contar.
FIN.