Las aventuras de Bautista y Julio en el campo
Bautista era un niño pequeño de un año, con el pelo negro y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Le encantaba pasar tiempo en el campo, visitando a sus abuelos y tíos. Pero lo que más le gustaba de todo, era jugar a la pelota. Pasaba horas correteando tras ella, riendo y disfrutando de la naturaleza.
Un día, mientras Bautista jugaba con su pelota, vio a lo lejos a su amigo Julio, el gato. Julio era un gato muy especial, con su pelaje negro con manchas blancas, y siempre estaba dispuesto a acompañar a Bautista en todas sus aventuras. Julio se acercó maullando, listo para unirse al juego. Bautista y Julio se divertían como nunca, persiguiendo la pelota por el campo y riendo sin parar.
Pero de repente, la pelota rodó hacia el bosque. Bautista, emocionado, corrió tras ella, sin darse cuenta de que se adentraba en un lugar peligroso. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y Bautista se dio cuenta de que estaba perdido. Comenzó a llorar, pero en ese momento sintió un suave roce en su pierna. Era Julio, que lo miraba con sus ojos brillantes y decididos.
- ¡No llores, Bautista! -maulló Julio-. ¡Yo te ayudaré a encontrar el camino a casa!
Con Julio a su lado, Bautista se secó las lágrimas y juntos emprendieron el regreso. Julio lo llevó por senderos conocidos, lo guió con astucia entre los árboles y lo mantuvo a salvo de peligros. Finalmente, llegaron a la casa de los abuelos, donde todos estaban muy preocupados por Bautista. Al verlo sano y salvo, lo abrazaron con alivio.
Desde ese día, Bautista aprendió una gran lección: la importancia de la amistad y la valentía. Julio siempre estaría a su lado, no importaba lo que sucediera. Y juntos, seguirían disfrutando de nuevas aventuras en el campo, sin olvidar nunca el amor y la complicidad que los unía.
FIN.