Las Aventuras de Carlitos el Caracol



Era un hermoso día de primavera cuando Carlitos, el caracol, decidió salir a pasear. Se desperezó, estiró su pequeño cuerpo y, emocionado, empezó a caminar por el sendero del jardín.

Mientras Carlitos avanzaba, disfrutaba del canto de los pájaros y del aroma de las flores.

"¡Qué lindo es salir a pasear!" murmuró para sí mismo. Justo cuando había llegado al árbol más grande de su vecindario, nubes oscuras comenzaron a cubrir el cielo.

"¡Oh, no!" exclamó, viendo cómo la lluvia empezaba a caer. Sin perder tiempo, Carlitos decidió regresar a su casa. Pero, ¿cómo haría para llegar sin mojarse?

Rápido como un rayo, corrió hacia su casita. Una vez dentro, cerró la puerta y la ventana para evitar que el agua entrara. Luego, recordó que tenía un paraguas en su cuartito. Así que corrió hacia allí, lo abrió y, con un gran esfuerzo, salió de nuevo al exterior.

"¡Vamos, Carlitos, que no es tiempo de arrugarse!" se animó a sí mismo. Y desafiando la lluvia, comenzó a correr hacia el árbol de nuevo. Pero correr no era lo que más hacían los caracoles, así que, tras poco tiempo, sus patas se estaban cansando. Sin embargo, no quería rendirse.

Cuando finalmente llegó bajo el árbol, descubrió a sus amigos, las hormigas, que habían encontrado refugio bajo las hojas.

"¡Carlitos!" gritaron las hormigas.

"¿Estás loco? No se puede correr bajo la lluvia, ¡podrías resbalarte!"

"Lo sé, lo sé," respondió Carlitos, aún con el paraguas abierto, que ya tenía algunos charcos a su alrededor. "Pero estaba decidido a no mojarme y quería llegar a tiempo a este refugio."

Las hormigas rieron. "¡Sos un caracol muy valiente! Pero, ¿sabías que lo que importa no es solo llegar, sino cómo lo haces?"

Carlitos se quedó pensativo. Tenía razón. Aunque había llegado, se había esforzado mucho y eso había hecho que su lengua ahora estuviera más larga de lo habitual. Se acordó de cómo había forzado su cuerpo y comenzó a sentir un poco de vergüenza.

"No puedo más, creo que por hoy no volveré a correr," dijo Carlitos, mientras se sentaba y dejaba caer su paraguas.

"Eso está bien, amigo. Todos tenemos días en los que nos sentimos un poco acelerados," dijo una hormiga, mientras compartía un pedacito de galleta de hojas que había traído.

"¡Pero la próxima vez, podemos correr juntos!" sugirió otra. "Así no estarás solo y será más divertido."

Desde ese día, Carlitos aprendió a disfrutar de sus paseos sin apurarse. Prometió hacer un esfuerzo por correr solo cuando fuera realmente necesario. Así, con el tiempo, corrió menos y comió más, y su lengua, aunque un poquito larga ahora, era solo una muestra de que había aprendido una gran lección de amigos y caminos en su vida.

A partir de entonces, cada vez que llovía, en vez de correr, disfrutaba de la galleta de hojas bajo la protección del árbol, rodeado de sus amigos. Y así, Carlitos el caracol se convirtió en el caracol más querido del jardín, apreciando la vida tal como venía, un paso a la vez.

FIN.

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