Las Aventuras de Fabricio y su Pelota
Había una vez un encantador niño llamado Fabricio, que tenía solo dos años y unos ojos brillantes llenos de alegría. Vivo junto a su mami Ana y su hermana mayor Sarahy en una casa rodeada de un hermoso jardín. Cada mañana, cuando el sol dibujaba sombras en el césped, Fabricio se apresuraba hacia su pelota roja, que era su compañera inseparable.
- ¡Mami! - gritaba Fabricio mientras corría hacia Ana.
- ¿Qué, amor? - respondía Ana, sonriendo mientras preparaba el desayuno.
- ¡Quiero jugar a la pelota! - decía con su pequeño brazo levantado, señalando la pelota que estaba en el patio.
Sarahy, siempre lista para acompañarlo, se unía a él en su juego. Juntos, pasaban horas corriendo, pateando la pelota y riéndose a carcajadas. A veces, su tía Marita venía a visitarlos y se unía a las aventuras.
- ¿Vas a jugar con nosotros, tía Marita? - preguntaba Fabricio, mirando con ojos suplicantes.
- ¡Por supuesto, campeón! - contestaba Marita, mientras se ponía las zapatillas. - Yo seré la portera. ¡Intenta hacer un gol!
Fabricio, emocionado, tomaba impulso y le pateaba la pelota con todas sus fuerzas. Pero un día, mientras corrían por el jardín, la pelota se escapó y rodó por el camino hacia el parque.
- ¡Noooo! - exclamó Fabricio, asustado.
- No te preocupes, vamos a buscarla - dijo Sarahy, acariciando la cabeza de su hermano.
Los tres se dirigieron al parque. Mientras caminaban, Fabricio pensaba en cómo su gran sueño era ser futbolista. Miraba a los chicos jugar y deseaba ser como ellos, correr, patear la pelota y hacer goles.
- Algún día seré un gran futbolista - susurró en voz alta.
- ¡Claro que sí! - dijo Marita, mientras buscaban la pelota. - Todo empieza con practicar y divertirse.
Finalmente, encontraron la pelota atascada entre un arbusto y un banco.
- ¡La tenemos! - gritaron todos al unísono.
- Ahora sí, a jugar - dijo Sarahy emocionada.
Esa tarde, Fabricio se dio cuenta de que jugar no solo era divertido, sino también un momento para compartir con quienes más amaba. Jugar con su hermana y su tía lo hacía feliz, sin importar si hacía un gol o si la pelota se iba tantas veces como fuera.
Con el tiempo, cada vez que pateaba la pelota, Fabricio se esforzaba para dar lo mejor de sí. En uno de esos días soleados, decidió hacer su primer mini-torneo de fútbol entre amigos en el parque.
- ¡Vamos a invitar a todos! - propuso Sarahy, entusiasmada.
- Sí, será genial - dijo Fabricio, dando saltitos.
Así que hicieron carteles y llamaron a todos los niños y niñas del vecindario. El sábado del torneo, Fabricio estaba nervioso pero emocionado.
- ¿Estás listo, campeón? - le preguntó Marita mientras le ataba los cordones de las zapatillas.
- ¡Listísimo! - exclamó Fabricio.
Los niños comenzaron a llegar, se formaron equipos y el torneo empezó. Fabricio jugó como nunca, riendo, saltando y corriendo tras la pelota. Con cada pase y con cada gol, Fabricio sentía que estaba un paso más cerca de su sueño. Pero después de varias instancias, su equipo no llegó a la final.
- No importa, lo importante fue divertirnos - dijo Sarahy, abrazando a su hermano.
- Sí, ¡fue genial! - añadió Fabricio, sintiéndose feliz de haber jugado.
Al final del día, Ana, Marita y Sarahy felicitaron a Fabricio por su valentía y espíritu de deportista. Fabricio, aunque no ganó el torneo, aprendió que ser futbolista no era solo sobre marcar goles, sino sobre disfrutar cada momento y jugar con sus seres queridos.
- Lo mejor fue jugar con ustedes - dijo Fabricio, sonriendo como un campeón.
- Y lo seguiremos haciendo, siempre - aseguró Ana.
A partir de ese día, Fabricio se dedicó a practicar y soñar aún más grande. Con el amor de su familia y el deseo de ser un buen futbolista, aprendió que los sueños se construyen día a día, divirtiéndose y compartiendo con quienes más ama. En su corazón, siempre llevaría la certeza de que lo más importante, al fin y al cabo, era jugar y disfrutar de la vida.
Y así, Fabricio siguió corriendo detrás de su pelota, con la certeza de que un día, podría ser el futbolista que siempre soñó ser. ¡Fin!
FIN.