Las Aventuras de Felipe en Bucaramanga



Era un hermoso día de primavera en Bucaramanga, una ciudad en Colombia conocida por sus parques y montañas. Felipe, un niño curioso de diez años, estaba muy emocionado porque iba a visitar el Parque de los Niños con su mamá. Nunca había estado allí antes y había oído tantas cosas increíbles sobre ese lugar.

- ¡Mamá! ¿Cuánto falta para llegar? - preguntó Felipe desesperadamente mientras miraba por la ventana del auto.

- Ya casi llegamos, Felipe. Tenés que tener paciencia; la espera vale la pena - respondió su mamá, sonriendo.

Cuando finalmente llegaron, Felipe se quedó maravillado. El parque era enorme, con árboles frondosos, flores de colores brillantes y muchos niños jugando. La risa y la alegría llenaban el aire.

- ¡Mirá! - dijo Felipe, señalando hacia un enorme tobogán que parecía llegar hasta las nubes. - ¡Voy a jugar allí primero!

Corrió hacia el tobogán, subió las escaleras y se lanzó con un grito de emoción. Pero cuando llegó abajo, se dio cuenta de que en el parque había un grupo de niños en una esquina, mirando algo con mucha atención.

- ¿Qué están mirando? - preguntó Felipe mientras se acercaba.

- ¡Es un juego de magia! - respondió una niña de pelo rizado. - El mago está a punto de empezar.

A Felipe le encantaba la magia, así que decidió quedarse. El mago, un hombre de grandes barbas y un sombrero negro, hizo aparecer un conejo de su sombrero y luego, como si fuera un truco de juego, hizo que desapareciera en un abrir y cerrar de ojos.

- ¡Guau! ¡Eso fue increíble! - exclamó Felipe.

Después del espectáculo, Felipe se acercó al mago.

- ¿Cómo hiciste eso? Quiero aprender a hacer magia también. - dijo Felipe con los ojos brillantes de curiosidad.

- La magia es un arte que requiere práctica y dedicación - respondió el mago. - Si realmente quieres aprender, puedes venir mañana a mi taller aquí en el parque.

Felipe estaba tan emocionado que casi se olvida de que estaba en el parque para disfrutar del día. Pero recordando lo que su mamá siempre le decía sobre disfrutar el presente, decidió que haría ambas cosas. Primero, jugaría en el parque y luego, asistiría al taller de magia.

Pasó la tarde jugando en el tobogán, en el columpio, y corriendo detrás de un grupo de patos que nadaban en un pequeño estanque. Pero no podía quitarse de la cabeza la idea de la magia.

- ¡Mamá! Mañana voy a aprender magia en el parque. - le dijo al final del día.

- ¡Eso suena maravilloso, Felipe! - respondió su mamá, animándolo. - Pero recuerda, la magia no solo está en los trucos; también está en la amabilidad y en ayudar a los demás.

Al día siguiente, Felipe llegó temprano al parque, lleno de entusiasmo. Se encontró con el mago y otros niños que querían aprender. Todos se sentaron en círculo y el mago comenzó a enseñarles algunos trucos simples con cartas y pañuelos.

- Recuerden, lo más importante en la magia es practicar - les dijo.

Felipe, concentrado y decidido, quería hacer el mejor truco de magia. Mientras practicaba, vio que una de las niñas se frustraba porque no podía lograr su truco.

- ¿Puedo ayudarte? - le preguntó Felipe. - Tal vez si practicamos juntos, lo logres.

- ¿De verdad? - la niña sonrió, sorprendida.

Así que empezaron a practicar juntos, y poco a poco, la niña fue mejorando. Al final del taller, ambos pudieron hacer su truco con éxito.

- ¡Lo hicimos! ¡Es magia! - gritó la niña emocionada.

Felipe se dio cuenta de que la verdadera magia no solo estaba en los trucos, sino también en ayudar a otros a lograr lo que desean. Se sintió feliz y lleno de alegría.

- Gracias, Felipe. Eres un gran amigo. - le dijo la niña mientras se despedían.

Esa tarde, mientras regresaba a casa, Felipe le contó a su mamá sobre su experiencia.

- ¿Ves, Felipe? Lo que hiciste es la magia más brillante de todas: hacer feliz a alguien más. - le dijo su mamá con orgullo.

A partir de ese día, Felipe no solo se dedicó a practicar los trucos de magia, sino que también buscaba siempre la oportunidad de ayudar a sus amigos y a las personas que encontraba en su camino. En su corazón, Felipe sabía que la verdadera magia estaba en cada acto de bondad que podía ofrecer.

Y así, cada semana, Felipe seguía volviendo al parque, no solo para aprender más sobre magia, sino también para hacer nuevos amigos y crear momentos mágicos en la vida de quienes lo rodeaban.

FIN.

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