Las Aventuras de Gabriella y Fátima



Era un soleado día en el pequeño pueblo de Villa Arcoíris, donde Gabriella, una alegre niña de siete años, siempre estaba lista para una nueva aventura. A su lado, su pequeña hermana Fátima, de apenas dieciocho meses, seguía sus pasos con una enorme curiosidad y una sonrisa contagiosa.

"¡Vamos Fátima! Hoy vamos a explorar el jardín encantado de la abuela!" - gritó Gabriella emocionada.

Fátima dio un pequeño brinco, sus ojos brillando como dos estrellitas al escuchar la palabra 'explorar'. Gabriella tomó de la mano a su hermana y juntas corrieron hacia el jardín.

El jardín de la abuela era un lugar mágico, lleno de flores de todos los colores y árboles que parecían tocar el cielo. Había mariposas que danzaban en el aire y un pequeño arroyo que murmullaba suave como una canción. Pero había un rincón que siempre había llamado la atención de Gabriella: un viejo roble en el centro del jardín, bajo el cual se decía que vivía un duende travieso.

"¿Crees que hay un duende, Gabi?" - preguntó Fátima, levantando los brazos como si fuera a volar.

"¡Claro, Fati! Pero hay que ser silenciosas si queremos encontrarlo. Vamos a acercarnos despacito" - respondió Gabriella con un guiño.

Las dos hermanas, con un sigilo propio de exploradoras, se acercaron al roble. Gabriella, emocionada, se agachó y vio algo brillante entre las raíces. Al acercarse, se dio cuenta de que era una piedra preciosa, pero tenía forma de un pequeño corazón.

"¡Mirá, Fati! ¡Es un corazón mágico!" - dijo entre susurros.

Fátima estiró su manita hacia la piedra.

"¡Cora!" - exclamó, dando palmaditas.

Gabriella decidió que ese tesoro debía ser especial. "Quizás el duende nos está esperando para devolverle su corazón. ¡Vamos, Fátima, a buscarlo!" - dijo con determinación, convencida de que el duende podía darles mucho más que simples tesoros.

Empezaron a buscar por el jardín. Preguntaron a los pájaros, a las mariposas y hasta al arroyo. Pero nadie había visto al duende. De repente, mientras Gabriella señalaba hacia un arbusto, Fátima comenzó a balbucear algo.

"¡Dúende!" - gritó con su vocecita, señalando hacia arriba.

Gabriella miró hacia donde apuntaba su hermana y se sorprendió al ver una pequeña figura verde asomándose entre las ramas.

"¿Eres tú el duende?" - preguntó Gabriella, con el corazón palpitante.

El duende, que parecía divertido, sonrió. "Soy, soy. Y veo que encontraste mi corazón mágico. Pero... ¡no es sólo para mí!" - dijo mientras flotaba hacia ellas.

"¿Cómo?" - preguntó Gabriella intrigada.

"Cada vez que un corazón se regala, se multiplica. ¿Te gustaría compartirlo?" - explicó el duende.

Gabriella, pensando en su hermana, se llenó de alegría. "Sí, nos gustaría compartirlo con todos en el jardín. ¡Para que todos sean felices!" - dijo convencida.

El duende aplaudió entusiasmado. "¡Perfecto! Entonces vamos a hacerlo juntos".

Así, las tres se pusieron a recorrer el jardín, entregando pequeñas porciones del corazón mágico a cada criatura que encontraban: a los pájaros, las mariposas y hasta las flores. Cada vez que un nuevo ser recibía una parte del corazón, el jardín brillaba más intensamente.

"¡Mirá, Fati! El jardín se volvió aún más hermoso." - exclamó Gabriella.

Por la tarde, después de repartir amor y alegría, el duende les dio un último regalo.

"Por haber compartido mi corazón, a partir de hoy, las plantas del jardín florecerán más que nunca y su magia vivirá eternamente. Gracias, Gabriella y Fátima." - dijo el duende desapareciendo entre risas.

De regreso en casa, las hermanas contaron a su abuela todo lo que habían hecho y juntas decidieron cuidar y perseguir nuevas aventuras en el jardín encantado.

"Siempre que compartimos amor, creamos magia" -ultimó Gabriella, mientras Fátima asentía con su cabecita dormilona, abrazada a su corazón mágico.

Y así, aprendieron la importancia de compartir y cuidar de su mundo, convirtiendo cada uno de sus días en una aventura increíble, juntos.

FIN.

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