Las Aventuras de Gato el Perezoso



Había una vez, en un barrio tranquilo de una ciudad de Argentina, un gato llamado Gato. Gato no era un gato cualquiera, era un perezoso, un buen amigo y, sobre todo, un gran comelón. Cada día, Gato se despertaba al mediodía, apenas era capaz de abrir un ojo, y lo primero que hacía era buscar algo rico para comer.

"Hoy quiero unas empanadas de carne", decía Gato mientras giraba lentamente sobre su almohada de terciopelo.

Sin embargo, Gato no solo era conocido por su afición a la comida, sino también por su increíble habilidad para hacer amigos. En su camino hacia la cocina, se encontraba siempre con sus amigos: Juanito, el pajarito, y Lila, la ardilla.

"¡Hola, Gato!", chirrió Juanito. "¿Hoy vas a comerte todas las empanadas de nuevo?"

"Tal vez, tal vez... ¡Pero primero necesito tu ayuda a conseguirlas!", respondió Gato levantando su cabeza. Gato sabía que si Juanito le ayudaba a volar hasta la cocina, el trato sería más justo: él compartiría su comida.

Mientras tanto, Lila estaba escondida entre los árboles.

"¿Puedo ir también?", preguntó Lila. "Siempre tienes las mejores sobras, Gato. ¡No me puedo resistir a unos bocados de esas empanadas calientes!"

Y así, los tres amigos emprendieron la misión de conseguir las empanadas, pero al llegar a la cocina, se encontraron con un obstáculo: la puerta estaba cerrada con llave y no había forma de abrirla.

"¡Ay, no! Esto es un desastre", se lamentó Gato, mientras su pancita comenzaba a rugir.

"No te preocupes, Gato. Solo tenemos que pensar en una solución", sugirió Juanito.

"Sí, vamos a trabajar juntos!", agregó Lila.

Juanito tuvo una idea brillante.

"Yo puedo volar y mirar por la ventana. Quizás vea una manera de entrar sin romper nada."

"¡Hacelo!", le dijo Gato entusiasmado.

Juanito voló hacia la ventana y observó el interior de la cocina.

"¡Gato! Hay una escalera apoyada contra la pared. Podemos usarla para acceder a la ventana alta y entrar a la cocina!"

"¡Sos un genio, Juanito!", exclamó Gato, sintiéndose un poco más feliz.

Así, Gato, Lila y Juanito buscaron la escalera, que estaba un poco lejos. Pero Gato, siendo el perezoso que era, pronto se aburrió de la idea.

"Eh chicos, ¿no podemos simplemente esperar a que mi dueña venga y nos traiga las empanadas?"

Lila lo miró con un rostro que decía: "¡No podemos rendirnos tan fácil!"

"Gato, si esperamos, podrías perderte la oportunidad de comer las más ricas empanadas de la ciudad. ¡Vamos a intentarlo!"

Al final, Gato decidió unirse a sus amigos, y juntos encontraron la escalera y lograron colarse en la cocina. Pero al entrar, se dieron cuenta de que las empanadas no estaban. La sorpresa fue grande, pero Juanito, tratando de levantar los ánimos, dijo:

"No hay que rendirse, Gato. Quizás estén en la heladera. Busquemos juntas".

Y entonces, comenzaron a hacer una búsqueda a gran escala. Miraron en la heladera, en los armarios, y hasta debajo del fregadero. Pero no había empanadas por ningún lado. Sin embargo, encontraron un montón de ingredientes.

"¡Mirá! Hay masa, carne y condimentos!", exclamó Lila.

"¿Y si hacemos nuestras propias empanadas?"

"¡Qué buena idea!", gritó Gato emocionado.

Los tres amigos se pusieron manos a la obra. Gato, aunque algo perezoso, se esforzó para amasar la masa; Lila ayudó a picar los ingredientes, y Juanito se encargó de volar de un lado a otro, buscando las cosas que necesitaban.

Tras un rato de trabajo en equipo y risas, finalmente terminaron sus empanadas y al horno que se veían y olían deliciosas. Pero había un problema: mientras estaban en la cocina, se olvidaron del tiempo y la casa entera empezó a llenarse de humo porque se habían pasado con el hornito.

"¡Ay no! ¡Las empanadas!", gritó Gato mientras todos se apresuraban a sacar la bandeja del horno.

El aroma del humo llenó la cocina, pero en lugar de entristecerse, Gato, Lila y Juanito se miraron y empezaron a reír a carcajadas.

"Al menos lo intentamos, ¿no?", dijo Lila.

Al final, se repondrían de la aventura, y como no había empanadas para compartir, decidieron ir al parque y buscar otras cosas ricas para comer.

Así, con el estómago vacío pero el corazón lleno, Gato, Juanito y Lila aprendieron que a veces, las aventuras no salen como uno espera, pero lo importante es disfrutar del momento con amigos y reírse de lo que pasó.

"La próxima vez hagamos algo juntos, pero llamemos a mi dueña desde el principio", sugirió Gato entre risas.

"¡Sí! O quizás la próxima vez podamos hacer un picnic. ¡Sería genial!", propuso Juanito.

Desde entonces, Gato, el perezoso comelón, nunca volvió a ser perezoso cuando se trataba de estas aventuras. Y así vivieron muchos más momentos divertidos, siempre juntos.

FIN.

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