Las Aventuras de Irago en Caminayo



Era un hermoso sábado por la mañana y el sol brillaba en lo alto. Irago, un niño rubio de apenas 3 años, estaba ansioso por ir con sus papás y su hermanita bebé al pueblo de Caminayo.

"¡Mami, papá! ¿Ya estamos listos?", preguntó Irago, saltando de emoción.

"Sí, mi amor, ya casi. Solo falta que pongamos a tu hermana en su sillita", respondió su mamá mientras sonreía.

Cuando llegaron al pueblo, Irago corrió hacia el abrazo de su abuelo.

"¡Abuelo! ¡Ya llegué!", gritó mientras lo abrazaba.

"¡Hola, campeón! ¡Qué bueno verte! Hoy te voy a mostrar algo increíble", dijo el abuelo con una sonrisa.

Primero, el abuelo llevó a Irago al gallinero.

"Mirá, acá están las gallinas. ¿Qué te parece si ayudás a recoger los huevos?", sugirió el abuelo.

A Irago le brillaron los ojos, ¡le encantaba esa tarea!"¡Sí! Yo puedo hacerlo", dijo mientras se ponía un pequeño delantal.

Con cuidado, comenzó a buscar entre las plumas de las gallinas. Cada vez que encontraba un huevo, lo levantaba con mucho cuidado y lo colocaba en la canasta.

"¡Mirá cuántos huevos hay, abuelo!", exclamó con orgullo.

"¡Eres un experto, Irago!", respondió el abuelo riendo.

Después de la recolecta, Irago salió con su abuelo a pasear a los perros, Bairo y Roy.

"¡Vamos, chicos!", gritó mientras los perros ladraban felices, moviendo la cola.

"Recuerden, chicos, hay que ser responsables con nuestros amigos animals", dijo el abuelo mientras caminaban juntos.

Más tarde, su abuela estaba en la cocina preparando la masa para bizcochos.

"¿Quieren ayudarme a hacer unos bizcochitos?", preguntó la abuela.

"¡Sí, por favor!", gritaron los niños.

Irago se subió a una silla para ver mejor.

"Abuela, ¿qué ingredientes necesitamos?", preguntó curioso.

"Necesitamos harina, huevos, azúcar y un poquito de amor", dijo la abuela guiándolo.

Irago rompió los huevos con mucho cuidado y los puso en el bol.

"¡Eso! Eres todo un chef", elogió su abuela.

Mientras la masa se mezclaba, la abuela le contó una historia de cuando era joven.

"Había una vez un niño como vos, que también amaba ayudar a su abuela en la cocina. Un día decidió hacer un bizcocho por sí mismo…", comenzó la abuela.

Pero justo cuando la historia se ponía interesante, Irago miró por la ventana y vio algo brillante.

"¡Abuela, mirá!", gritó, señalando hacia el horizonte.

"¿Qué es, mi amor?", preguntó la abuela intrigada.

Irago salió corriendo hacia el campo. Al llegar, quedó asombrado al ver un arcoíris que surgía después de una pequeña lluvia.

"¡Es hermoso!", dijo sorprendido.

"A veces después de la lluvia viene algo mágico, como un arcoíris", dijo su abuelo, alcanzándolo.

Mientras tanto, los perros corrían a su alrededor, saltando y jugando.

"¡Vamos a buscar el final del arcoíris!", retó Irago emocionado.

"No sabemos si hay un tesoro, pero podemos divertirnos intentándolo", dijo su abuelo.

Todos juntos, comenzaron a correr siguiendo el arcoíris. Fue una aventura divertida, llena de risas y juegos.

"Mirá, encontré un charco", gritó Irago, saltando dentro.

"¡Sigue tu camino, pequeño explorador!", le animó su abuelo.

Después de un rato, el arcoíris empezó a desvanecerse.

"¿No hemos encontrado el tesoro?", preguntó Irago con un brillo de tristeza en sus ojos.

"El verdadero tesoro, Irago, es este momento, la familia y la alegría de vivir aventuras juntos", le explicó su abuelo.

Regresaron a casa y la abuela los estaba esperando con los bizcochos recién horneados, que olían deliciosos.

"¡Los mejores bizcochos del mundo!", exclamó Irago mientras se sentaba en la mesa.

"¡Y también los más divertidos de hacer!", agregó su hermana con un balbuceo.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Irago sonrió al recordar el día.

"Hoy fue un gran día, lleno de sorpresas y risas", pensó mientras se acurrucaba con su peluche.

"Mañana será aún mejor", se dijo a sí mismo, cerrando los ojos con una gran sonrisa.

FIN.

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