Las Aventuras de José y las Casas de Terror
Era una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado José. Desde muy chiquito, siempre había sido un curioso empedernido. Le gustaba investigar todo lo que lo rodeaba, pero lo que más le fascinaba eran las historias sobre casas de terror que contaban sus amigos.
Una tarde, mientras jugaba en el parque, se acercó a su amiga Clara y le dijo:
"Clara, ¿no has escuchado la historia de la casa abandonada en la esquina de la calle Belgrano? Dicen que está embrujada. ¡Tengo que ir a investigar!"
"No, José, eso suena muy espeluznante. Yo no iría allí. ¿Y si hay fantasmas?"
"¡Bah! ¡Los fantasmas no existen! Eso son solo cuentos para asustar a los chicos."
Convencida por su entusiasmo, Clara decidió acompañarlo. Al día siguiente, llevaron linternas, un mapa y muchas ganas de aventura.
Al llegar a la casa, notaron que estaba cubierta de enredaderas y parecía aún más misteriosa de cerca. José, emocionado, empujó la puerta que chirrió como si estuviese quejándose de tanto tiempo cerrada.
"¡Mirá! Aquí hay un montón de cosas viejas, ¡quizás sean tesoros!", exclamó José.
"O tal vez sean cosas malas, mejor tengamos cuidado", sugirió Clara.
Mientras exploraban, encontraron un viejo diario. Pasaron las páginas con cuidado y leyeron:
"Los dueños de esta casa se fueron porque creían que había cosas raras. Había un gato negro que siempre aparecía a la medianoche…"
"¡Eso es lo que asusta a la gente! Los gatos negros, Clara. ¿Ves? No hay nada de fantasmas aquí. Solo un gato. ¿Qué tal si buscamos a ese gato?"
Y así, se adentraron más en la casa, guiados por la luz de sus linternas. Al cruzar una puerta, de repente se encontraron en una habitación grande llena de espejos. Pero, para su sorpresa, en una de esas paredes brillantes, apareció una figura de un gato negro.
"¡Mirá! ¡El gato!", gritaron los dos al unísono. Pero el gato no se asustó; más bien, se acercó con curiosidad y comenzó a ronronear.
"Creo que solo quiere jugar", dijo José.
"O tal vez quiere que lo sigamos", sugirió Clara.
Decididos, comenzaron a seguir al gato, que los condujo a un pequeño pasadizo detrás de un espejo. La luz de las linternas iluminó un pequeño jardín escondido dentro de la casa, lleno de flores marchitas y árboles frutales secos.
"Es hermoso aquí. ¿Por qué está todo tan descuidado?", preguntó Clara.
De repente, el gato se sentó en un rincón y comenzó a jugar con algo en el suelo. Al acercarse, José y Clara descubrieron un pequeño cofre también cubierto de polvo. Abrieron el cofre y dentro encontraron cartas y dibujos de niños que habían vivido en la casa.
"¡Mirá! Son dibujos de esta casa cuando era nueva", comentó José, emocionado.
"Y estas cartas dicen que la casa estaba llena de risas y juegos. Quizás los actuales dueños no sepan de la felicidad que hubo aquí", reflexionó Clara.
En ese momento, decidieron hacer algo. Abrieron el cofre y comenzaron a arreglar el jardín, pensando que, si la casa estaba viva de nuevo, también podría contar su historia.
Los días después que volvieron a casa, José y Clara comenzaron a contarle a todos sobre la magia que encontraron y la necesidad de cuidar esos rincones olvidados. Comenzaron a organizar grupos para limpiar y arreglar la casa.
"No debemos dejar que historias de terror mantengan a las casas en el olvido", decía José a cada niño que se unía al grupo.
Un año después, con esfuerzo y dedicación, el viejo lugar había regresado a la vida. Se creó un pequeño espacio donde los niños del barrio podían jugar, leer, y aprender sobre las historias de su pueblo.
José se convirtió en un pequeño defensor del patrimonio, siempre compartiendo el mensaje de que en lo desconocido puede haber historias maravillosas.
"Nunca subestimen el valor de una casa vieja. A veces, detrás de las sombras, hay historias hermosas que solo esperan ser contadas", decía José, sonriendo con orgullo.
Y así, por más miedo que dieran las casas, José aprendió que la curiosidad, el trabajo en equipo y el amor por la historia generan cambios en la vida de todos. Y, claro, el gato negro siguió visitándolo, recordándole que lo que le tememos a menudo puede transformarse en algo extraordinario.
FIN.