Las Aventuras de Juan y el Huevo Mágico
Era una tarde soleada en el campo cuando Juan, un niño inquieto y travieso, decidió salir a jugar. Mientras corría detrás de unas mariposas, algo brillante llamó su atención entre los arbustos. Era un huevo enorme, con un hermoso diseño de manchas blancas y negras.
"¡Mirá lo que encontré!" - gritó Juan emocionado, levantando el huevo con ambas manos.
Al tocarlo, el mundo a su alrededor comenzó a brillar y, de repente, Juan se vio transportado a un lugar mágico. Este nuevo mundo estaba lleno de criaturas fantásticas: pájaros con plumajes de colores, árboles que hablaban y ríos que cantaban.
"¡Bienvenido, Juan!" - le dijo un pequeño pájaro de plumas doradas. "Eres el elegido para ayudarnos a salvar nuestro hogar. Un malvado brujo ha robado nuestro canto y necesitamos que lo recuperes."
A pesar de su travesura, Juan se sintió valiente y decidió ayudar.
"¿Cómo puedo hacerlo?" - preguntó Juan con curiosidad.
"Tendrás que recorrer varios lugares encantados y cumplir tres desafíos. Solo así podrás encontrar el canto y devolverlo a nuestro mundo."
Juan comenzó su aventura, enfrentándose a gigantes, cruzando puentes de flores y respondiendo acertijos de sabios. Cada desafío requería de su ingenio y valentía.
En el primer desafío, Juan tuvo que vencer su miedo a las alturas. Subió a la cima de un árbol gigante donde una tortuga anciana le dio un acertijo:
"Soy ligero como una pluma, y no puedo ser pesado; me llevas en la boca y no puedo ser comido. ¿Qué soy?"
"¡El aliento!" - respondió Juan con seguridad. La tortuga sonrió y le regaló una pluma dorada que brilló intensamente.
En el segundo desafío, Juan se encontró con un río que parecía llorar. Las aguas le dijeron que habían perdido su melodía.
"¿Cómo puedo ayudar?" - preguntó Juan.
"Debes cantar una canción que venga de tu corazón."
Un poco nervioso, Juan cerró los ojos y recordó las canciones que solía cantar en casa. Con cada nota que emitía, el río comenzó a agitarse y las aguas empezaron a reír nuevamente, devolviendo su melodía.
En el tercer y último desafío, Juan llegó a la cueva del brujo.
"¿Quién se atreve a entrar?" - rugió el brujo, que tenía una voz grave y aterradora.
"Soy yo, Juan. He venido a recuperar el canto para los amigos de este mundo."
El brujo, sorprendido por la valentía del niño, le planteó un último reto:
"Solo te dejaré ir si me traes un sentido de la alegría. ¿Cómo lo harás?"
Juan pensó en todas las risas, juegos e historias que compartía con sus amigos en el campo.
"La alegría está en compartir y ser feliz con los demás. Te traeré el recuerdo de una gran fiesta."
El brujo, intrigado, le pidió que le contara sobre esa fiesta. Entonces, Juan empezó a relatar cómo festejaban con bailes, risas y comida. Mientras lo hacía, los ojos del brujo se iluminaron, y poco a poco, comenzó a sonreír.
"Entiendo, la alegría se mueve entre las personas. Puedes llevarte el canto, pero recuerda compartirlo."
Juan, lleno de alegría, tomó el canto y se despidió de sus nuevos amigos. Cuando volvió a tocar el huevo, se vio iluminado y, al abrir los ojos, estaba nuevamente en el campo. La tarde seguía soleada como si nada hubiera pasado. Pero Juan había cambiado.
"Prometo portarme bien y ser más responsable. Aprendí que la diversión también está en cuidar a quienes nos rodean y compartir grandes momentos."
Desde ese día, Juan dejó su travesura un poco de lado y empezó a ser un buen amigo. Siempre que se encontraba en el campo, miraba el cielo y sonreía, recordando las aventuras del mundo mágico que lo había cambiado para siempre.
FIN.