Las Aventuras de la Huerta Mágica
En una pequeña comunidad cercana a una acequia, había un grupo de amigos que soñaban con tener su propia huerta escolar. Max, Sofi, Tomás y Lu parecía que tenían un sueño en común: cultivar verduras y flores que alegraran su escuela y ayudaran a sus familias.
"¿Y si hacemos una huerta en el patio de la escuela?", propuso Max un día, mientras jugaban en la acequia.
"¡Sí! Podemos plantar tomates, zanahorias y hasta girasoles!", exclamó Sofi, imaginándose los girasoles altos y amarillos.
Decididos a hacer realidad su sueño, el grupo fue a hablar con su maestra, la señorita Ana. Ella sonrió y dio su aprobación.
"Pero para que la huerta crezca, necesitamos cuidar el entorno y entender cómo funciona la naturaleza", les explicó.
Los niños comenzaron con entusiasmo. Primero, aprendieron sobre el agua de la acequia, que era muy importante para que las plantas crecieran fuertes.
"Si cuidamos el agua, nuestras plantas estarán felices", dijo Tomás.
Cada semana, los amigos asistían a la huerta, donde descubrieron que la tierra, el agua y el sol eran como un trío musical que necesitaba trabajar en armonía.
Un día se dieron cuenta de que había demasiada basura cerca de la acequia.
"¡Oh no! Esto puede perjudicar nuestra agua!", gritó Lu.
Así que los amigos decidieron hacer una excursión especial.
"Vamos a recoger toda la basura", propuso Sofi.
Con guantes y bolsas, comenzaron a limpiar la orilla. Mientras trabajaban, encontraron una botella vieja y un envoltorio de golosinas.
"Esto no debería estar aquí", dijo Max, mientras lo colocaba en la bolsa, "debemos cuidar nuestra casa."
-Esa tarde, tras mucho esfuerzo, lograron recoger toda la basura de la acequia. Se sintieron muy orgullosos de lo que habían hecho.
"¡Ahora el agua brillará más!", exclamó Lu.
Cada día que pasaba, la huerta iba floreciendo. Los tomates comenzaban a asomarse y las zanahorias a crecer bajo la tierra.
Las abejas llegaron, zumbando felizmente, y los pájaros cantaban alegres. Mercados y vecinos empezaron a notar la hermosa huerta.
Pero un día, se enteraron de que un grupo de niños del barrio quería venir a jugar cerca de la acequia, justo donde habían trabajado tanto.
"¡No, van a ensuciar todo!", se lamentó Tomás.
Entonces, los amigos decidieron ir a hablarles.
"¡Hola amigos!", dijo Sofi, acercándose al grupo nuevo, "¿les gustaría jugar con nosotros en la huerta? También podemos enseñarle cómo cuidarla".
Los nuevos amigos estaban intrigados.
"¡Sí! No sabíamos que se podía cuidar tanto la naturaleza"", respondieron.
Así que, ese día, el grupo se expandió y todos juntos jugaron, plantaron algunas semillas adicionales y aprendieron sobre la importancia de cuidar la tierra y el agua.
A todos les encantó la idea de ser 'guardianes de la huerta'. Hicieron turnos para cuidar de las plantas y mantener la acequia limpia. La comunidad se unió como nunca antes.
Julio, el hermano mayor de Lu, se acercó un día y dijo: "Chicos, estoy orgulloso de ustedes. Están haciendo algo grandioso por esta comunidad!".
"Es un trabajo en equipo y todos somos importantes en esto", dijo Max con una gran sonrisa.
La huerta se convirtió en un lugar especial, donde los niños no solo cultivaban, sino que también aprendían a ser responsables y a cuidar el entorno. Al final del año, organizaron una gran fiesta para celebrar los logros. Todos llevaban platos de ensaladas y postres hechos con las verduras que habían cultivado.
La fiesta fue un éxito, y la sonrisa de cada uno de los amigos brillaba con el sol de su esfuerzo, amor y respeto por la naturaleza. Todos aprendieron que cuidar de la huerta era cuidar de ellos mismos y de su comunidad, y eso era lo más mágico de todas sus aventuras.
FIN.