Las Aventuras de la Sala Celeste
Había una vez un hermoso salón llamado la Sala Celeste, donde un grupo de niños de 3 años vivía grandes aventuras todos los días. La sala estaba pintada de un azul brillante, y en sus paredes había dibujos coloridos y sonrisas de cada uno de los pequeños que allí compartían risas y juegos.
Un día, al llegar a la sala, los niños, liderados por la inquieta Lila, empezaron su jornada con mucha energía.
"¡Buenos días, amigos!" - saludó Lila, alborotada.
"¡Buenos días!" - respondieron todos, felices de verse.
La maestra Susana, con su voz suave, decidió que era un buen momento para hablar sobre las normas de convivencia en la sala.
"Chicos, hoy vamos a hablar sobre cómo podemos jugar y aprender juntos, haciendo de nuestra sala un lugar especial" - propuso la maestra.
Entonces, todos se sentaron en círculo, mientras la maestra les contaba la importancia de compartir y respetar los turnos.
"Es fundamental que aprendamos a esperar nuestro turno, para que todos puedan disfrutar de los juegos" - explicó.
A medida que la maestra hablaba, Lila comenzó a mirar el balancín en el rincón de la sala. Era su juego favorito y no podía esperar para subirse. Sin pensarlo dos veces, se levantó y corrió hacia la balancín.
"¡Yo quiero jugar!" - gritó llena de entusiasmo.
"Lila, espera, aún no hemos terminado" - le dijo Juan, un niño de camiseta verde.
Pero Lila ignoró a Juan y se subió sola al balancín. Al principio, se divirtió mucho, pero pronto se dio cuenta de que tras ella, dos amigos más querían jugar también.
"¡Lila, yo quiero jugar!" - lloró Sofía, con sus ojos grandes y brillantes.
"Pero yo ya estoy arriba" - respondió Lila, sin querer compartir.
Mientras tanto, la maestra observaba la situación y decidió intervenir.
"Lila, cariño, ¿no crees que sería mejor que compartieras el balancín? Todos quieren jugar" - sugirió la maestra con dulzura.
Lila se sintió un poco mal. Miró a Sofía y a Juan, y vio sus caritas tristes.
"Está bien, voy a compartir" - respondió Lila, bajándose del balancín. "¿Quién quiere subir primero?" - preguntó con una sonrisa.
"¡Yo!" - exclamó Sofía, subiendo rápidamente.
Los niños se turnaron para jugar en el balancín, y Lila descubrió que compartir era mucho más divertido que jugar sola. Rieron, cantaron y se pugnaron por quién haría la mayor pirueta.
Más tarde, la maestra Susana propuso un juego nuevo: el juego de las “palabras mágicas”. Los niños debían aprender a decir “por favor” y “gracias” cada vez que pedían algo. Sin embargo, había un problema: nadie quería darle su juguete a Juan.
"No voy a jugar, nadie me presta nada" - se quejó Juan, triste.
Lila, que había entendido la importancia de compartir, se acercó.
"Juan, ¿quieres jugar a mi lado?" - le ofreció Lila. "Podemos usar mis bloques juntos".
Juan sonrió sorprendido.
"¡Sí, gracias!" - dijo, sintiéndose feliz de tener una amiga como Lila.
A partir de ese día, Lila y Juan se volvieron inseparables. Juntos siempre recordaban decir “por favor” y “gracias”, y cada vez que veían a otro amigo triste, hacían su mejor esfuerzo para incluirlo en sus juegos. Las normas de convivencia comenzaron a tomar forma en el salón.
Al término del día, la maestra Susana reunió a todos para el momento de despedirse. Les preguntó:
"¿Qué aprendimos hoy en la Sala Celeste?" - con voz cariñosa.
"¡A compartir!" - gritaron los chicos al unísono.
"¡Y a decir ‘por favor’ y ‘gracias’!" - añadió Lila, mirando a sus amigos.
"Muy bien, eso es lo que hace que nuestra sala sea tan especial. Recuerden que juntos podemos construir un lugar donde todos nos sintamos felices" - concluyó la maestra.
Y así, los niños de la Sala Celeste aprendieron que jugar y convivir era mucho más divertido y emocionante cuando compartían y se ayudaban mutuamente. Y desde ese día, el salón resplandecía aún más, no solo por su color, sino por la alegría que llevaban en sus corazones.
Fin.
FIN.