Las Aventuras de las Conejitas Desobedientes



En un hermoso prado lleno de flores de todos los colores, vivían tres conejitas juguetonas: Silvia, Elena e Irene. Sus colitas eran tan blancas como el algodón y siempre estaban listas para jugar. Sin embargo, a veces se distraían tanto que no hacían caso a lo que les decían.

Un día, mientras saltaban entre las flores, Silvia dijo: - ¡Chicas, veamos quién puede saltar más alto! - Las tres conejitas se emocionaron y comenzaron a brincar. Saltaron y saltaron hasta que no se dieron cuenta de lo lejos que habían ido.

De repente, se encontraron al borde del bosque.

- Mira, mirá, hay un montón de mariposas. ¡Vamos a atraparlas! - dijo Elena.

- No sé, chicas, tal vez deberíamos volver a casa - insistió Irene, que siempre era la más cautelosa. Pero Silvia y Elena estaban tan emocionadas que no le prestaron atención.

Fueron corriendo tras las mariposas, perdidas entre los árboles.

- ¡Es tan divertido! - gritó Silvia, mientras tropezaba con una raíz. Se levantó rápidamente, riendo, y siguió corriendo.

- ¡Esperen! - gritó Irene, que se estaba quedando atrás. - Esta no es una buena idea.

Al final, después de perseguir mariposas y jugar en el bosque, las tres conejitas se dieron cuenta de que no sabían cómo regresar al prado.

- Oh no, esto es un problema - dijo Elena, un poco asustada.

- No te preocupes, ¡podemos encontrar el camino juntas! - dijo Silvia, intentando mantener el ánimo. Pero Irene, preocupada, dijo: - Pero no tenemos idea de por dónde vinimos.

Las conejitas se sentaron un momento y empezaron a pensar. De pronto, Silvia tuvo una idea.

- ¡Recordemos los pasos que dimos! Tal vez podamos recordar por dónde vinimos.

- Sí, ¡y también se nos puede ocurrir un plan! - agregó Elena. Entonces, cada una comenzó a recordar y a dar pistas.

- Primero, al lado de la gran roca... - empezó Irene.

- ¡Y luego vimos esa flor amarilla gigante! - dijo Silvia.

- Y luego saltamos sobre la raíz... ¡Estaba justo allí! - concluyó Elena.

Con cada pista que recordaban, se empezaron a sentir más seguras. Así que, paso a paso, siguieron su propio camino de regreso.

Una vez que cruzaron la frontera del bosque y alcanzaron el prado nuevamente, se abrazaron, contentas de estar de vuelta.

- ¡Lo hicimos! - gritó Silvia. - ¡Eso fue una aventura!

- Y aprendimos a escuchar mejor antes de alejarnos, ¿verdad? - reflexionó Irene.

- Sí, siempre es bueno pensar un poquito antes de actuar - dijo Elena.

Desde aquel día, aunque seguían siendo muy juguetonas, las tres conejitas aprendieron a escuchar más y a cuidar de su espacio y de su seguridad. Jugar era parte de ser conejitas, pero también lo era ser responsables. Y así, cada día aventurarse juntas se volvía un poquito más divertido y seguro.

Y así, las tres conejitas sabían que la diversión siempre estaría allí, pero la amistad y la seguridad eran todavía más importantes. De este modo, el prado se llenó de risas y aventuras, siempre con un toque de responsabilidad.

FIN.

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