Las Aventuras de Leo y Lila en el Jardín de Emociones
Una soleada mañana en el jardín de la escuela, Leo, un pequeño león de peluche, y Lila, una suave mariposa de tela, estaban listos para jugar. El jardín estaba lleno de flores de colores brillantes y árboles frutales. Ambos amigos estaban muy emocionados por un nuevo juego.
"¡Vamos a jugar a las escondidas!", propuso Leo, saltando de alegría.
"¡Sí! Pero debemos asegurarnos de que todos se sientan incluidos", respondió Lila, pensando en su amigo Pablo, que a veces se sentía triste.
Leo asintió y miró alrededor para ver quién más podía unirse.
"¡Mira! Ahí viene Pablo", dijo Leo.
"¡Hola, Pablo! ¿Querés jugar con nosotros?", invitó Lila con una sonrisa.
"No sé...", murmuró Pablo.
En ese momento, los ojos de Pablo se veían un poco nublados. Lila se acercó a él.
"Pablo, ¿qué te pasa?"
"Es que no me siento muy bien hoy..." dijo Pablo, bajando la mirada.
"¿Por qué?"
"No sé, a veces me siento solito..." explicó Pablo con una voz baja.
Leo y Lila intercambiaron miradas, sabían que tenían que hacer algo para ayudar a su amigo.
"Pablo, está bien sentirse así. A veces todos nos sentimos un poco solitarios", dijo Leo con suavidad.
"Sí, y juntos podemos hacer que el juego sea más divertido. ¿Te gustaría ser el encargado de buscar a los que se esconden?", sugirió Lila.
"¿De verdad?", preguntó Pablo, sintiéndose un poco más alegre.
"¡Sí! Tú serás el mejor buscador", respondió Leo entusiasmado.
Pablo sonrió por primera vez en el día.
"Está bien, ¡acepto el desafío!" exclamó, llenándose de energía.
Los tres amigos empezaron a jugar. Lila se escondió detrás de una gran flor amarilla, mientras Leo se ocultó detrás de un árbol. Pablo comenzó a contar y podía sentir cómo su corazón latía de emoción. Justo cuando contaba hasta diez, escuchó un murmullo proveniente de la flor.
"¡Los tengo!", gritó mientras corría hacia ellos.
"¡Oh no! ¡Nos encontró!", rió Lila, saliendo de su escondite.
Los tres jugaron a las escondidas por un buen rato, riendo y corriendo entre las flores. Pero de repente, Lila se detuvo.
"¡Esperen! No puedo ver a Sam, ¿dónde está?"
"Pongámonos a buscarlo", propuso Leo, preocupado.
Empezaron a buscar a su amigo Sam, un pequeño sapo. Miraron debajo de las hojas, detrás de los arbustos, y llamaron su nombre.
"¡Sam! ¿Dónde estás?"
Pero no había respuesta. Lila empezó a preocuparse.
"¿Y si se siente mal? Él siempre se oculta cuando no se siente bien..."
Leo se dio cuenta de que su amiga estaba preocupada.
"Lila, a veces cuando uno se siente mal, hablar con un amigo puede ayudar mucho. Vamos a buscarlo juntos y preguntarle cómo se siente."
Finalmente, después de unos minutos, encontraron a Sam escondido debajo de un banco.
"Sam, ¿por qué estás aquí solo?", le preguntó Lila con dulzura.
"Es que… no sé. A veces me siento triste y no quiero jugar…"
"Está bien, Sam. A veces todos nos sentimos así. Pero estamos aquí para ayudarte. ¿Te gustaría jugar con nosotros?", dijo Leo, acercándose más.
"Sí... tal vez..."
Los tres amigos se sentaron juntos, y mientras conversaban, Lila le confesó a Sam que ella también a veces se sentía confundida, especialmente cuando todo estaba en silencio.
"Cuando trato de hablar, a veces no sé cómo decir las cosas. Pero sé que mis amigos siempre están aquí para escucharme", dijo.
"Yo también a veces tengo miedo. Pero juntos, le podemos ganar al miedo", dijo Pablo apoyando su mano sobre la de Sam.
Sam sonrió.
"Gracias, amigos. Me siento mejor ahora. Me gusta jugar con ustedes."
"¡Entonces a jugar otra vez!", gritó Leo.
Y así, juntos, los tres amigos aprendieron que siempre es bueno hablar sobre lo que sienten. A medida que el juego continuaba, el sol brillaba aún más fuerte, ya que en el jardín de emociones, la amistad y la empatía hacían que hasta el día más nublado se llenara de colores.
Desde entonces, cada vez que se sentían solos o tristes, se recordaban unos a otros que era normal sentir así y que siempre podían compartirlo, llenando su jardín de risas y amor.
FIN.