Las Aventuras de Lila y sus Emociones



Era un día soleado en el Jardín de Infantes 'Pequeños Soñadores'. Todos los niños jugaban felices, pero había algo que le preocupaba a Lila, una niña de seis años que siempre había tenido dificultades para expresar lo que sentía. Un día mientras jugaban en el patio, Lila sintió que su mejor amiga, Tomás, no le prestaba atención y se puso muy enojada.

"¡Tomás, ven a jugar conmigo!" - gritó Lila, furiosa.

"¿Por qué estás enojada? No entiendo lo que te pasa" - respondió Tomás, confundido.

Lila frunció el ceño. No sabía cómo decirle que se sentía sola y que quería que su amigo la mirara y compartiera un rato divertido con ella. En lugar de eso, se cruzó de brazos y se alejó.

Ese día, la maestra Mariela, quien siempre estaba atenta a los sentimientos de sus alumnos, notó que algo le sucedía a Lila.

"Hola, Lila, he visto que hoy estás un poco triste, ¿quieres contarme qué pasa?" - le preguntó la maestra con ternura.

"No sé... me enojé con Tomás, pero no sé por qué" - Lila murmuró, mirando al suelo.

La maestra Mariela sonrió y le dijo:

"A veces es difícil entender lo que sentimos, pero podemos aprender a expresarlo juntos. ¿Te gustaría jugar un juego de las emociones?" - propuso.

"¿Un juego?" - preguntó Lila, levantando la mirada.

Mariela sacó de su mochila una caja llena de tarjetas con caritas que mostraban diferentes emociones: felicidad, tristeza, miedo, enojo y sorpresa. La maestra explicó:

"Cada uno de nosotros va a elegir una tarjeta y contar una situación en la que hayan sentido esa emoción. Así podremos entender mejor lo que pasa dentro de nosotros."

Lila, con un brillo en los ojos, tomó una tarjeta con una carita triste.

"Esta... me siento así cuando Tomás no me presta atención" - confeso con voz temblorosa.

Los demás niños también comenzaron a compartir sus emociones. Tomás eligió una tarjeta con la carita enojada y explicó:

"A veces me enojo cuando no puedo alcanzar la pelota en el recreo. No sé cómo decirlo, entonces grito sin querer."

Lila escuchó atentamente y comprendió que no solo ella tenía problemas para expresar lo que sentía. Los otros niños también estaban pasando por lo mismo. Así empezaron a compartir sus experiencias y a escuchar los sentimientos de los demás.

Con el tiempo, Lila aprendió a usar palabras para expresar su enojo y tristeza. Un día, mientras estaban jugando, notó que Tomás parecía un poco apagado.

"¿Estás triste, Tomás?" - le preguntó con preocupación.

"Sí, me siento solo porque no puedo jugar al fútbol", respondió Tomás.

Sin pensarlo, Lila se acercó y le dijo:

"Podemos jugar juntos y yo te ayudo a practicar. No tienes que sentirte solo."

Tomás sonrió por primera vez en el día, y Lila sintió su corazón llenarse de alegría por haber podido ayudar a su amigo.

A medida que pasaban los días, Lila y sus compañeros se volvieron más hábiles para expresar sus emociones y decirles a otros cómo se sentían. Lila comprendió que hablar sobre sus sentimientos no solo le hacía sentir mejor, sino que también fortalecía sus lazos con sus amigos.

Un día, Lila organizó una reunión en el parque con todos sus compañeros. Decidieron jugar un nuevo juego donde podían mostrar sus emociones con gestos.

"Si estás feliz, salta. Si tienes miedo, haz una cara curiosa. Si estás enojado, haz como si quisieras empujar algo... ¡pero siempre con cariño!" - dijo Lila.

Todos se rieron y comenzaron a jugar, llenando el parque de risas y emoción. En ese instante Lila comprendió que expresar lo que siente no era solo un desafío, sino una herramienta que podía utilizar para conectar con sus amigos.

Desde aquel día, la vida en el Jardín de Infantes 'Pequeños Soñadores' se llenó de colores y emociones que todos aprendieron a compartir. Y así, Lila y sus amigos descubrieron que entender lo que sienten y hablar sobre ello los hacía más fuertes y felices juntos.

FIN.

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