Las Aventuras de los Caballos Alegría



En un colorido prado rodeado de montañas, vivía un grupo de caballos mágicos. Todos eran hermosos y brillantes, pero había uno en particular que era especial: ¡se llamaba Alegría! Alegría tenía un pelaje dorado que brillaba como el sol y un corazón tan grande como su risa.

Un día, mientras trotaba por el prado, se encontró con un niño llamado Martín. Martín era un niño curioso y lleno de energía, pero también tenía un pequeño problema: a menudo se guardaba sus juguetes y no compartía con los demás.

"¡Hola! Soy Alegría. ¿Te gustaría jugar conmigo?" - le preguntó el caballo mágico.

"Hola, sí, pero... no sé si quiero compartir mis juguetes" - dijo Martín un poco tímido.

A Alegría no le gustó la idea de ver a Martín solo, así que decidió mostrarle lo divertido que podía ser compartir. Inmediatamente, Alegría tuvo una idea.

"¿Por qué no vamos a buscar a mis amigos caballos? Ellos tienen juegos increíbles y, si traemos tus juguetes, ¡podemos divertirnos todos juntos!" - sugirió.

Martín, emocionado por la idea, aceptó. Juntos fueron al prado donde vivían los demás caballos. Allí conocieron a Rayo, un caballo rápido, y a Luna, una caballo soñadora.

"¡Hola, Martín! ¡Hola, Alegría!" - saludó Rayo al verlos.

"¡Hola! Traje algunos juguetes para jugar, pero no estoy seguro si quiero compartirlos" - confesó Martín.

"¿Qué tal si hacemos un trato?" - dijo Luna. "Si compartís tus juguetes, nosotros también compartiremos nuestros juegos. Podemos hacer una gran fiesta en el prado".

"¡Me parece genial!" - dijo Alegría con entusiasmo.

Martín pensó un momento y luego sonrió.

"De acuerdo, ¡compartamos todos!" - decidió.

Así que Martín decidió sacar sus juguetes y, para su sorpresa, todos comenzaron a jugar juntos. Rayo llevó a Martín a una carrera rápida, Luna guió a todos a un juego de escondidas y Alegría organizó una gran danza bajo los árboles.

Mientras jugaban, Martín se dio cuenta de lo divertido que era compartir. Los risas resonaban por todo el prado y, de repente, cada juguete que ofrecía parecía hacer que la diversión se multiplicara.

"¡Esto es increíble!" - exclamó Martín. "¡Nunca pensé que compartir sería tan divertido!"

"¡Y es aún mejor porque lo estamos haciendo juntos!" - agregó Alegría.

Sin embargo, en el clímax de la fiesta, apareció un caballo triste que se llamaba Melancolía. Él había estado observando desde lejos, sintiéndose excluido. Cuando Alegría lo vio, corrió hacia él.

"Hola, Melancolía. ¿Por qué estás tan triste?" - le preguntó.

"Porque no tengo con quién jugar. Mis amigos siempre están ocupados" - dijo Melancolía con un suspiro.

Martín vio a Melancolía triste y comprendió que había más caballos que también querían jugar. Así que decidió hacer algo al respecto.

"¡Esperen, chicos!" - gritó Martín. "Vamos a invitar a Melancolía a unirse a nuestra fiesta. ¡Hay suficiente diversión para todos!"

Los caballos aplaudieron la idea, y Alegría corrió hacia Melancolía.

"¡Ven! Vamos a jugar juntos. ¡Hoy todos somos amigos!" - lo animó.

Melancolía sonrió por primera vez, y su tristeza se desvaneció. Se unió a la fiesta y, en un instante, la alegría volvió a llenar el prado.

Al final de la jornada, todos los caballos estaban cansados pero felices. Martín miró a su alrededor y sonrió.

"Hoy aprendí algo muy importante: ¡compartir no solo crea alegría, sino que también trae más amigos!" - exclamó.

"¡Así es!" - dijo Alegría. "Cuando compartimos, nuestras risas se multiplican y todos podemos disfrutar juntos".

Desde ese día, Martín siempre se acordó de compartir y cómo eso llenaba su corazón de alegría. Y los caballos, siempre tan amables y generosos, encontraron en Martín un nuevo amigo que hacía brillar aún más su mágico prado.

Y así, juntos, continuaron creando aventuras llenas de amistad y diversión, recordando siempre que la alegría se multiplica cuando se comparte.

FIN.

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