Las Aventuras de los Normales
Era una calurosa mañana en la escuela primaria "Los Pequeños Grandes", donde un grupo de chicos de primer grado se preparaba para iniciar una actividad muy especial. La maestra Clara había preparado una clase sobre la importancia de las normas en casa y en el colegio.
"¡Buenos días, chicos!", saludó la maestra Clara con una sonrisa.
"¡Buenos días, maestra!", respondieron todos al unísono, emocionados.
"Hoy vamos a hablar sobre las normas. ¿Alguno de ustedes sabe para qué sirven?", preguntó con curiosidad.
"Para que no nos peleemos", contestó Tomás, señalando a su amigo Lucas.
"Y también para saber cuándo podemos jugar y cuándo tenemos que trabajar", agregó Valentina, que siempre tenía la respuesta lista.
La maestra Clara sonrió y dijo:
"Así es, pero además, las normas nos ayudan a vivir en armonía, tanto en casa como en el cole. Vamos a hacer un juego para entenderlo mejor."
La maestra dividió a los niños en grupos y les entregó cartas con diferentes normas. El primer grupo recibió la norma: "Siempre levantamos la mano para hablar".
"Eso me encanta, porque así nadie interrumpe", exclamó Sofía.
El segundo grupo debía trabajar con la norma: "Respetamos los turnos de todos en el recreo".
"Si no hay turnos, sería un lío en los juegos, ¡imagínense todos jugando en la resbaladilla al mismo tiempo!", dijo Lucas riendo.
El tercer grupo habló sobre: "Ayudamos en casa con las tareas".
"Siempre tengo que sacar la basura en casa, pero si todos ayudamos, ¡sería mucho más rápido!", comentó Tomás.
Sin embargo, cuando la maestra hizo una pausa, un nuevo niño, Ramón, llegó a la clase. Era nuevo y aún no conocía a nadie.
"Hola a todos, soy Ramón", dijo con un tono tímido.
"Hola Ramón, ¡bienvenido!", gritaron en coro.
"¿No has jugado nunca aquí?", preguntó Sofía.
"No, en mi anterior escuela a veces no había normas, así que era un lío", confesó Ramón.
La maestra Clara se iluminó al escuchar a Ramón.
"¿Puedo contarles algo sobre las normas de Ramón?", preguntó.
Los chicos asintieron.
"¡Claro!", respondieron entusiasmados.
"En su escuela, las clases eran desordenadas y los niños a menudo se peleaban por los juguetes. Un día, Ramón tuvo una idea: hizo una lista de normas y las pegó en la pared del salón. Y era tan divertido seguirlas que al final todos se unieron y la clase se volvió mucho más amena", explicó la maestra.
"Entonces, ¡todos deberíamos hacer una lista de normas para nuestra clase!", sugirió Valentina.
Las ideas comenzaron a fluir, y los chicos propusieron normas como: "No hablar mientras otro está hablando", "Cuidar nuestros materiales" y "Dar siempre las gracias".
"¡Eso suena bien!", dijo Ramón, feliz de participar.
"Y también tenemos que recordarlas en casa", agregó Lucas.
"Es cierto, cuando lleguemos a casa podemos decirle a nuestros padres que haremos una reunión familiar para proponer algunas normas", dijo Sofía.
Así fue como los chicos decidieron llevar la idea de las normas no solo al aula, sino también a sus casas. Al día siguiente, compartieron con sus familias las reglas que habían creado.
La semana transcurrió y cada uno de ellos empezó a poner en práctica las normas en casa. Ramón se sorprendió al ver que en su hogar las cosas funcionaban mucho mejor, igual que en el salón de clases.
"¡Mirá, mamá! Ahora que seguimos las normas, no discutimos y todo es más fácil!", le dijo a su madre, quien lo observaba emocionada.
Un día, mientras estaban en el recreo, Lucas se olvidó de su norma de respetar el turno.
"¡Yo quiero jugar primero!", gritó empujando a Sofía.
"¡Eso no es justo! ¡Recuerda las normas!", le recordó Carlos, su amigo más cercano.
"Tenés razón, me dejé llevar, perdón Sofía", admitió Lucas avergonzado.
Los chicos rápidamente recordaron la importancia de seguirlas, y Lucas se acercó a Sofía.
"¿Podés perdonarme? Prometo que la próxima vez que juguemos moveré el juego con turno."
Sofía sonrió.
"De acuerdo, pero vamos a recordar siempre que las normas son para que disfrutemos todos. ¡Vamos a jugar!"
Y así, los chicos aprendieron que seguir las normas no solo facilitaba su vida en el colegio, sino que también hacían de su hogar un lugar más bonito y armonioso. Juntos, descubrieron que, al final del día, aprender a seguir normas era una aventura que los uniría y los haría especiales.
Desde ese momento, siempre recordarían que las normas son el hilo que teje la amistad y la colaboración, tanto en el colegio como en casa.
Y lo mejor de todo es que pudieron contar su historia en una asamblea a toda la escuela, inspirando a otros a seguir creando mejores lugares donde vivir y aprender.
Así, la historias de los —"Normales" se volvió muy popular, y con el tiempo, cada aula de "Los Pequeños Grandes" adoptó un código especial que fue creado por ellos mismos.
"¡En esta clase seguimos la normativa de la felicidad y el respeto!", proclamó Tomás en la asamblea final.
Todos los chicos aplaudieron y celebraron su aprendizaje. Aprendieron que las normas son una parte esencial de la vida, y que podían cambiar el mundo, un pequeño paso a la vez.
FIN.