Las Aventuras de Manû en el Balance



Era un día soleado en la pequeña casa de Manû, un niño lleno de energía y curiosidad. La tarde había comenzado como siempre: con él corriendo hacia su abuelita, que lo esperaba con una sonrisa y dos brazos abiertos.

"¡Abuelita! ¡Hoy quiero balancearme!" - gritó Manû, saltando de la emoción.

"¡Claro que sí, mi niño! Vamos al parque a jugar con el balanceador", respondió su abuela, riendo.

Manû subió al balanceador, un artefacto de madera que había visto en el parque desde que era muy pequeño. Con cada impulso que su abuelita le daba, sentía que el viento le acariciaba la cara. El cielo azul se mezclaba con sus risas.

"Cierro los ojos y cuento hasta diez, abuelita... ¡uno, dos, tres!" - mientras contaba, se dejaba llevar por la sensación. A veces, buscaba entre sueños tocar las nubes.

Pero en la cuenta, siempre había un momento en que el balance se detenía, y eso le encantaba.

"¡Mirá, abuelita! ¡Estoy quieto como una estatua!" - decía con orgullo.

Sin embargo, Manû no podía resistir la tentación de balancearse otra vez. Cuando el movimiento no le parecía suficiente, se impulsaba hacia adelante y luego hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás...

"¡No! ¡Cuidado!" - exclamaba su abuela, pero eso era parte del juego. Manû caía suavemente sobre el sofá que estaba detrás del balanceador.

"¡Explosión de risas!" - decía Manû cada vez que caía, mientras su abuela se reía de la ocurrencia de su nieto.

Pero un día, mientras se balanceaba, algo diferente ocurrió. Manû sintió el viento un poco más fuerte y, al abrir los ojos, vio a un grupo de niños observándolo. Algunos se reían, otros aplaudían y otros simplemente miraban con curiosidad.

"¡¿Qué están mirando?" - preguntó Manû, con los ojos brillando.

"¡Queremos jugar con vos!" - respondió una niña de su edad.

Al principio, Manû se sintió un poco tímido. Pero su abuela le dio un empujón de aliento.

"¡Dales la bienvenida, Manû!" - sugirió su abuela.

"¡Bienvenidos!" - gritó Manû.

Pronto, el parque se llenó de risas, brincos y juegos. Los nuevos amigos se turnaban para balancearse, y todos se caían al sofá unas cuantas veces, riendo a carcajadas.

Pasaron horas jugando y compartiendo historias.

"¡Ahora somos un equipo!" - dijo un niño llamado Tomi.

"¿Y si hacemos una competencia: el que cae más graciosamente gana?" - propuso otra niña.

"¡Sí!" - gritaron todos al unísono.

Los niños empezaron a balancearse uno tras otro, y cada caída era más graciosa que la anterior. Manû se dio cuenta de que lo mejor no era solo balancearse, sino hacerlo en compañía. En medio de risas y empujones, descubrió que la diversión crece cuando la compartimos.

Al caer por tercera vez en el sofá, después de una actuación espectacular, Manû sintió que había aprendido algo importante ese día.

"¡Gracias, amigos!" - dijo con una gran sonrisa. "Hoy no solo jugué, también hice amigos. Esto es lo más divertido de todo, ¿no?" -

"Sí, Manû, así es" - respondió Tomi.

Cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, Manû y su abuela se despidieron de sus nuevos amigos. Con una mano en el corazón, Manû le dijo a su abuela:

"¡Me encanta balancearme! Pero más me encanta compartirlo con mis amigos!" -

Y así, las risas y las aventuras de Manû en el balance se convirtieron en una hermosa historia que compartió con su abuela y sus nuevos amigos. Desde aquel día, cada vez que se balanceaba, lo hacía con el corazón lleno de alegría y un espacio en su vida para todos aquellos que amaban jugar, caerse y reír juntos.

FIN.

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