Las Aventuras de Nicolás y su Bicicleta
Había una vez un niño llamado Nicolás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y campos verdes. Nicolás adoraba andar en bicicleta. Cada tarde, después de hacer la tarea, se subía a su bicicleta roja y partía a explorar la naturaleza.
Un día, mientras pedaleaba por un sendero que solía recorrer, se encontró con un grupo de niños que no conocía. Estaban reunidos alrededor de una bicicleta enorme y brillante. Nicolás se acercó curioso.
"¿De quién es esa bicicleta?", preguntó Nicolás.
"Es de Luisa, la hermana mayor de Mateo", respondió una niña con coletas. "Es tan grande que necesitamos varios para no dejarla caer cuando la montamos".
Nicolás sintió una chispa de emoción, al ver una bicicleta que nunca había conocido. Pero al mismo tiempo, se dio cuenta de que él no podía subirse a esa bicicleta solo.
"¿Puedo intentarlo?", se ofreció con entusiasmo.
"Claro, ven!", le dijo Mateo. No muy convencido, Nicolás se subió a la bicicleta gigante. Pero, ¡oh sorpresa! No podía mantener el equilibrio. Se tambaleó un poco antes de caer al suelo con un suave 'plop'.
Todos comenzaron a reírse, no de él, sino por lo difícil que les parecía el momento. Nicolás se sintió avergonzado.
"No se sientan mal, creo que necesito un poco más de práctica", dijo, sonriendo para ocultar su decepción.
Sin embargo, en lugar de rendirse, Nicolás decidió practicar. Se despidió de los nuevos amigos y se fue a casa. Se propuso que la próxima vez que se encontrara con ellos, ¡lo lograría!
Durante toda la semana, Nicolás pedaleó por su barrio, perfeccionando su equilibrio y velocidad. Cada día volvía a casa con la sensación de que estaba mejorando, aunque siempre le faltaba un poco. Hasta que llegó el día de volver a encontrarse con Mateo y su grupo.
Al llegar, vio la bicicleta enorme esperando por él. Respiró hondo y se acercó.
"¿Me dejan intentarlo de nuevo?".
- “¡Sí, claro! ¡Vamos, Nicolás! ”, lo animaron todos.
Nicolás se subió a la bicicleta, esta vez con la confianza de quien ha estado entrenando. Sentía las miradas de todos en él, pero recordó cada caída que había tenido y decidió no pensar en el miedo. Con cuidado, comenzó a pedalear.
En un instante, se encontró en movimiento, la bicicleta giró suavemente y empezó a avanzar. Nicolás no podía creerlo, ¡lo estaba logrando!"¡Lo logró!", gritó Luisa, aplaudiendo.
"Sigue, Nicolás!", alentó Mateo.
Nicolás pedalearía una vuelta más, y otra, sintiendo la brisa en su cara y la alegría llenando su corazón.
Sin embargo, en un momento inesperado, un perro apareció corriendo, asustando a Nicolás. Giró el manillar bruscamente y, ¡puf! , cayó de nuevo al suelo. El grupo se acercó corriendo.
"¿Estás bien?", preguntó la niña de coletas, con preocupación.
"Sí, estoy bien", respondió Nicolás, aunque volvió a sentir cómo un poco de vergüenza lo invadía. Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por esa sensación negativa, sonrió de nuevo.
"Lo intenté otra vez. Así que no me rendiré ahora."
Los niños lo miraron con admiración. Contagiados por su espíritu, decidieron también intentar montar la bicicleta. Probando, riendo y cayendo, hicieron un juego diurno entre caídas y risas, cada uno a su manera luchando por mantener el equilibrio.
Esa tarde, todos aprendieron algo importante: que la práctica y no rendirse es lo que nos hace mejores.
Los amigos festejaron cuando pudieron mantener el equilibrio unos segundos sobre la bicicleta, mientras Nicolás se sintió orgulloso de haber inspirado a otros a intentarlo.
Desde ese día en adelante, Nicolás no solo fue conocido por sus habilidades sobre la bicicleta, sino como un niño que había enseñado a sus amigos que los errores son solo pasos hacia el éxito.
"Hasta la próxima vez, ¡ahora sí aquí viene el campeón!"
"¡Sí, campeones, vamos por más!", respondieron sus amigos.
Y así, la bicicleta roja y la enorme bicicleta se convirtieron en el símbolo de la amistad y la perseverancia en su pequeño pueblo, donde cada día prometían seguir aprendiendo juntos.
FIN.