Las aventuras de Pedro en la granja de su abuelo
Era un hermoso día de primavera cuando Pedro llegó a la granja de su abuelo. El sol brillaba en el cielo, la brisa era fresca y el canto de las aves acompañaba su llegada. Desde que era pequeño, Pedro siempre había deseado visitar la granja y conocer a todos los animales.
"¡Hola, abuelo!", gritó Pedro, corriendo hacia su abuelo que lo esperaba en la entrada.
"¡Hola, mi pequeño! ¡Qué alegría verte!", respondió el abuelo con una gran sonrisa.
La granja era un lugar mágico. Había gallinas que cacareaban, vacas que mugían, y hasta un gallo que siempre anunciaba el amanecer. Pero aquello no era todo. Pedro tenía un plan: quería explorar la granja, descubrir todos sus secretos y ayudar a su abuelo en las tareas diarias.
"¿Puedo ayudar en algo, abuelo?", preguntó Pedro emocionado.
"Por supuesto, Pedro. Hoy tenemos que recoger los huevos de las gallinas y alimentar a los cerdos. ¿Te animás?", dijo su abuelo.
Pedro asintió con la cabeza y, con una pequeña canasta en mano, se dirigieron al gallinero. Al abrir la puerta, se encontró con las gallinas correteando por todos lados.
"¡Qué divertidas que son!", exclamó Pedro mientras intentaba atrapar un huevo.
"Tené cuidado, hijo. Las gallinas no se quedan quietas", le advirtió el abuelo entre risas.
Después de recoger unos cuantos huevos, se dirigieron a dar de comer a los cerdos. A medida que caminaban, Pedro notó algo extraño en el arbusto de al lado.
"¿Qué es eso, abuelo?", preguntó señalando con el dedo.
"Vamos a averiguarlo", respondió el abuelo intrigado.
Al acercarse, descubrieron a un pequeño conejito atrapado entre ramas.
"¡Ay, pobrecito!", dijo Pedro con voz dulce.
"Vamos a ayudarlo", propuso el abuelo.
Pedro y su abuelo trabajaron juntos para liberar al conejito, y al hacerlo, el pequeño animalito les agradeció dándoles un saltito alegre.
"¡Lo logramos! ¡Sos un héroe, Pedro!", exclamó el abuelo con orgullo.
"Me encantaría tener un conejito así", respondió Pedro.
Después de su hazaña, regresaron a la rutina de la granja. Sin embargo, cuando fue la hora de alimentar a los cerdos, los animales parecían inquietos.
"¿Por qué no quieren comer?", se preguntó Pedro.
"Tal vez están tristes por algo. Vamos a investigar", sugirió su abuelo.
Pedro y su abuelo siguieron el sonido de unos gritos lejanos. Al llegar cerca del estanque, se encontraron con un grupo de patitos que parecía estar desorientado.
"¿Qué les pasa, pequeños?", preguntó Pedro.
"Nos hemos perdido, ¡no encontramos a nuestra mamá!", sollozaron los patitos.
"No se preocupen, nosotros los ayudaremos", dijo el abuelo.
Pedro se sintió valiente y decidió guiar a los patitos a través de la granja, buscando a la mamá pata. Pasaron por el campo de flores, cruzaron un pequeño puente y, por fin, llegaron al otro lado del estanque. Allí estaba la mamá pata, buscando a sus pequeños.
"¡Mamá!", gritaron los patitos mientras corrían hacia ella.
"¡Gracias, Pedro! No sé qué hubiéramos hecho sin tu ayuda", dijo el abuelo emocionado.
Esa noche, después de una larga jornada, Pedro estaba agotado pero feliz. Se sentó junto a su abuelo bajo las estrellas.
"Abuelo, hoy aprendí que ayudar a los demás es lo más importante", dijo Pedro con una sonrisa.
"Así es, Pedro. Y gracias a tus buenas acciones, todos en la granja están muy contentos. Esa es la verdadera aventura", respondió su abuelo, cerrando el día con amor y sabiduría.
Y así, Pedro regresó a su casa, llevando consigo historias que contar, un corazón lleno de alegría y una lección muy importante: siempre hay algo hermoso que aprender cuando ayudamos a los demás.
FIN.