Las Aventuras de Puki y Marcelina



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un perro llamado Puki. Era un perro viejito, con el pelaje canoso y una gran barriga que delataba su amor por las siestas. Puki pasaba sus días durmiendo plácidamente en el sillón, acurrucado cerca de su dueña, Marcelina, una niña de diez años que lo adoraba con todo su corazón.

Marcelina era una niña llena de energía, siempre jugando y riendo. Pero en su casa, el rincón más querido era aquel sillón donde Puki reposaba luego de su interminable lista de siestas.

"¡Puki! ¡Despertate!", decía Marcelina mientras le acariciaba la cabeza.

El perro abría un ojo y, sin muchas ganas, se estiraba antes de volver a cerrarlo. Pero un día, algo inesperado ocurrió. Marcelina salió a jugar afuera mientras Puki se quedó durmiendo en el sillón. Una nube oscura comenzó a llenar el cielo, y de repente, un fuerte viento arrastró la puerta de su casa, dejándola entreabierta.

Marcelina no se dio cuenta porque estaba tan concentrada en su juego, pero Puki sí. Sintió que algo no estaba bien. De repente, un pequeño gato negro, que parecía asustado, entró a la casa. Puki, aunque viejo, se despertó al instante y corrió (bueno, más bien trotó lentamente) hacia el gato.

"¡Miau!", dijo el gato temblando. "¿Dónde estoy?"

"Estás en casa de Marcelina. No te preocupes, soy Puki y estoy aquí para ayudarte", le respondió el perro con un tono alentador.

El gato se llamaba Sombra, y había perdido el rumbo mientras trataba de encontrar refugio durante la tormenta que se acercaba. Puki, con su sabiduría perruna, le dijo:

"No te preocupes, Sombra. Ahora estamos juntos. Solo tenemos que esperar a que pase la tormenta."

Mientras el viento azotaba la casa, Puki le contó al gato sobre sus días en el barrio, las travesuras de su infancia, y cómo había conocido a Marcelina. Sombra, entretenido por las historias del perro, empezó a relajarse y a confiar en él.

"Pero Puki, ¿qué pasa si Marcelina no nos encuentra?", preguntó Sombra con preocupaciones en sus ojos.

"Siempre encontramos el camino a casa, porque estamos juntos. La amistad es más fuerte que cualquier tormenta", respondió con certeza Puki.

A medida que la lluvia caía, el árbol del patio comenzó a moverse con fuerza. En ese momento, Marcelina, al sentir que algo raro ocurría, corrió hacia casa. Al abrir la puerta, vio a Puki y a Sombra juntos, charlando.

"¡Puki! ¡Estás despierto!", gritó Marcelina, emocionada. "Y has hecho un nuevo amigo. ¡Hola, Sombra!"

Puki sonrió mientras Sombra se acercaba. Marcelina, al ver que el gato estaba asustado, le dijo:

"No te preocupes, Sombra. Estás a salvo aquí. Vamos a ser amigos todos juntos. Siempre hay un lugar para nosotros en esta casa."

La tormenta pasó y el sol salió de nuevo. Los tres, ahora amigos inseparables, comenzaron a jugar en el jardín. Cada uno tenía un papel especial: Marcelina era la innovadora con sus ideas para jugar, Puki era el sabio que contaba historias divertidas, y Sombra, el ágil, siempre se aventuraba a explorar los rincones del jardín.

Con el tiempo, los tres se hicieron un gran equipo. Aprendieron que, aunque Puki era mayor y pasaba más tiempo durmiendo, su corazón era tan grande como su amor por sus amigos. Puki les enseñó a ambos que siempre podían contar los unos con los otros, sin importar lo difíciles que fueran las cosas.

"La vida puede ser como una tormenta, a veces. Pero recuerda, siempre podemos encontrar refugio juntos", decía Puki, mientras se acurrucaba junto a ellos.

Y así, la vida en aquella casa era un bello ejemplo de amistad, descubrimiento y diversión, donde no solo los talentos eran valorados, sino también el cariño y la confianza entre amigos. Marcelina, Puki y Sombra continuaron viviendo muchas aventuras, siempre aprendiendo y disfrutando cada momento juntos, mantenido unidas por un vínculo especial e inquebrantable.

Y cuando caía la noche, Puki, de nuevo, se acomodaba en su sillón, pero ahora, a su lado, siempre había un pequeño gato negro llamado Sombra y una niña sonriente llamada Marcelina.

Fin.

FIN.

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