Las aventuras del pequeño Robinson y su amigo alienígena



En un rincón olvidado del espacio, un pequeño planeta llamado Burbulandia brillaba con colores vibrantes y extrañas criaturas. Allí vivía un niño llamado Robinson, que soñaba con ser un explorador galáctico. Un día, mientras exploraba el bosque de caramelo, un brillo plateado llamó su atención.

Cuando se acercó, encontró una nave espacial pequeña y redonda, cubierta de chispas. Intrigado, Robinson tocó la puerta, que se abrió de golpe, dejando salir una nube de polvo brillante.

"¡Hola! Soy Zorb!" - exclamó un pequeño alienígena con ojos grandes y colores cambiantes."Vengo de la galaxia de Estelarita. ¿Puedo ser tu amigo?"

"¡Claro!" - respondió Robinson con una sonrisa. "¿Quieres explorar juntos?"

Zorb, emocionado, asintió y juntos se embarcaron en una aventura por Burbulandia. Primero, viajaron a la montaña de helado, donde la nieve era de vainilla y los ríos de chocolate. Mientras jugaban, Zorb le enseñó a Robinson sobre los colores del universo.

"Mirá, cuando mezclamos el rojo y el azul, obtenemos morado. ¡Los colores son como las emociones!" - explicó Zorb.

Robinson se quedó asombrado. "¡Quiero aprender más!"

Pero luego, mientras exploraban, encontraron un misterio. Un grupo de criaturas llamadas Flufitos estaba triste porque su fuente de energía, un cristal gigante que les daba luz y energía, había desaparecido.

"¿Por qué están tan tristes?" - preguntó Robinson.

"¡El cristal se ha perdido! Sin él, no podemos brillar ni hacer crecer nuestras flores!" - respondió una Flufita con lágrimas en sus ojos.

Zorb se inclinó hacia Robinson. "¡Debemos ayudarles!"

"¿Cómo?" - inquirió el niño, sintiendo un poco de miedo.

"Debemos usar nuestros conocimientos. ¡Vamos a buscar pistas!"

Juntos, siguieron una serie de huellas brillantes que llevaban hacia la cueva del dragón de chocolate. Al entrar, el lugar estaba oscuro, pero Robinson recordó lo que Zorb le había enseñado sobre mezclar colores.

"Si mezclamos nuestras habilidades, podemos encontrar el camino. ¡Explosión de colores!" - gritó Robinson, haciendo que sus manos brillen con destellos de luz.

Zorb también empezó a brillar y a combinar sus poderes. En un instante, el brillo iluminó la cueva y, al fondo, encontraron el cristal brillando, rodeado de caramelos que el dragón estaba devorando.

"¿Cómo vamos a recuperar el cristal?" - preguntó Robinson, nervioso.

"Con ingenio y un poco de estrategia. Haremos un trato con el dragón." - sugirió Zorb.

Robinson sintió un momento de duda, pero se armó de valor. "¡Hola, dragón!" - llamó con fuerza. "¿Te gustaría hacer un intercambio?"

El dragón, sorprendido, se detuvo. "¿Qué tenés para ofrecerme?"

"Te podemos traer caramelos de todos los sabores si nos devolvés el cristal. ¡Nos ayudarías a hacer brillar a los Flufitos!" - propuso Robinson.

El dragón pensó un momento. "¡Trato hecho!"

Robinson y Zorb corrieron a recoger caramelos de colores en toda Burbulandia, y al volver, el dragón satisfecho devolvió el cristal. Juntos, corrieron hacia la casa de los Flufitos y colocaron el cristal en su fuente.

"¡Gracias, gracias!" - gritaban las criaturas felices mientras el cristal brillaba intensamente.

Robinson y Zorb sintieron una gran satisfacción en sus corazones al ver a los Flufitos felices.

"¿Ves? La aventura no solo es sobre explorar, sino también sobre ayudar a otros y hacer nuevos amigos" - le dijo Zorb.

Antes de que Zorb regresara a su planeta, Robinson le hizo una pregunta. "¿Volverás a visitarme?"

"Cada vez que mires el cielo, yo estaré ahí, brillando como una estrella" - respondió Zorb con una sonrisa.

Desde ese día, Robinson entendió que las mejores aventuras son aquellas que se comparten con amigos y que ayudar a los demás es la mayor de las recompensas. Así, cada vez que miraba las estrellas, recordaba su aventura con Zorb y sabía que la amistad no conoce fronteras, ni siquiera las del universo.

FIN.

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