Las Aventuras Diarias de Ana María Gómez



Ana María Gómez era una nena de doce años que vivía en un colorido barrio de Buenos Aires. Todos los días, su rutina comenzaba a las siete de la mañana, cuando el sol comenzaba a asomarse por la ventana de su habitación.

- ¡Ana, despertate! - gritaba su mamá desde la cocina, donde el aroma de las tostadas recién hechas se esparcía por toda la casa.

- ¡Ya voy, ya voy! - contestaba Ana mientras se estiraba y se levantaba con una sonrisa.

Después de desayunar, Ana se preparaba para ir al colegio. Siempre tomaba su mochila, llena de libros y cuadernos, y se dirigía a la escuela con su mejor amiga, Valentina.

- ¡Ana, hoy hay una competencia de ciencia! - dijo Valentina emocionada.

- ¡Sí, vamos a ganar! - contestó Ana, mientras caminaban juntas hacia la escuela.

La competencia de ciencia era uno de los eventos más esperados del año. Las chicas tenían su proyecto listo: un volcán que hacía erupción utilizando bicarbonato y vinagre. Pero, antes de que pudieran presentar, algo inesperado sucedió.

Esa mañana en la escuela, un grupo de compañeros mostró sus proyectos, pero al final, el volcán de Ana y Valentina no pudo hacer erupción porque el bicarbonato que compraron estaba viejo y no funcionaba. Las chicas se miraron desconcertadas.

- ¡No puede ser! - exclamó Valentina.

- No te preocupes, tenemos que pensar en algo rápido - le respondió Ana, con determinación.

Ana recordó un truco que su abuela le había enseñado.

- ¡Podemos usar mentitas y agua! - sugirió.

- ¡Sí! - respondió Valentina, los ojos brillándole de emoción.

Mientras se preparaban, Ana no podía dejar de sentir que todo iba a salir bien. Juntas, corrieron hacia la clase de ciencias donde todos los otros proyectos ya estaban listos. Cuando llegó su turno, las chicas presentaron su volcán improvisado.

- ¡Miren esto! - gritó Ana mientras vertía las mentitas en el agua y el volcán comenzó a burbujear.

- ¡Whoa! - exclamó un compañero.

- ¡Esto es increíble! - agregó otro.

Al finalizar su presentación, el profesor aplaudió junto con el resto de los compañeros.

- ¡Gran trabajo, chicas! - dijo el profesor.

- ¡Gracias! - respondieron Ana y Valentina, sonriendo de oreja a oreja.

El día continuó y, al final, se anunciaron los ganadores. Cuando escucharon el nombre de su proyecto, Ana se llenó de alegría.

- ¡Ganamos! - gritó Valentina.

- ¡No lo puedo creer! - dijo Ana, abrazando a su amiga.

Después de la escuela, las chicas se fueron a la heladería del barrio a celebrar.

- ¡Por una gran amistad y por nuestras aventuras! - brindaron con sus helados.

- ¡Por muchas más aventuras! - coincidieron ambas emocionadas.

Al volver a casa, Ana se sintió feliz no solo por haber ganado, sino por el trabajo en equipo que habían realizado. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Ana se dio cuenta de que lo más importante no era sólo ganar, sino disfrutar del camino y aprender juntas.

- ¡Mañana será otro día lleno de nuevas aventuras! - pensó Ana antes de cerrar los ojos, lista para soñar con nuevas ideas y futuros proyectos.

FIN.

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