Las Aventuras Emocionales de Lucas, Carlos y Juan



Era un día soleado en la escuela, y Lucas, Carlos y Juan estaban listos para vivir un nuevo día de aventuras. Los tres amigos eran inseparables, y siempre compartían sus emociones y experiencias.

"Hoy toca la clase de arte, me encanta dibujar", dijo Lucas con una sonrisa.

"A mí me gusta más la clase de matemáticas, ¡me encantan los números!", respondió Carlos entusiasmado.

"Yo prefiero la hora de recreo, siempre jugamos al fútbol", agregó Juan saltando de alegría.

Cuando llegó la clase de arte, Lucas estaba emocionado. La maestra les dijo que debían crear un mural sobre sus emociones. Lucas decidió dibujar algo que lo hacía sentir feliz: un hermoso día en el parque.

"¿Qué van a dibujar ustedes?", preguntó Lucas.

"Yo voy a dibujar una montaña rusa, porque me gusta mucho la adrenalina", dijo Carlos.

"Yo quiero dibujar un mar lleno de olas, porque a veces me siento muy tranquilo mirando el agua", dijo Juan.

Poco después, Carlos empezó a sentirse un poco inseguro. Se dio cuenta de que su dibujo no se parecía a lo que había imaginado.

"No sé si me va a salir bien. Quizás debería haber pensado en algo más sencillo", murmuró Carlos, mirando preocupadamente su hoja.

"No te preocupes, Carlos. Acá no importa si queda perfecto, lo importante es que refleje lo que sientes", le dijo Lucas con apoyo.

"Sí, eso es. Y si no queda como lo imaginabas, ¡podés intentarlo otra vez!", añadió Juan, tratando de animarlo.

Con un poco de aliento de sus amigos, Carlos se sintió mejor y continuó trabajando en su dibujo. Al final, todos presentaron sus obras y la maestra los felicitó.

"Estoy muy orgullosa de ustedes. Cada uno ha expresado sus emociones de una manera única", dijo la maestra.

Después de la clase, los tres amigos salieron al recreo. En el patio, había una competencia de fútbol. Juan estaba emocionado, pero al mismo tiempo un poco nervioso.

"¿Y si no juego bien?", se preguntó Juan en voz alta.

"Solo diviértete, es un juego. Lo importante es participar", le dijo Carlos mientras se ataba las zapatillas.

"Sí, y si no metés un gol, ¡eso no importa!", agregó Lucas, entusiasmado.

Con esos ánimos, Juan se unió al juego. A pesar de algunos tropezones y errores, disfrutó mucho y se rió junto con sus amigos. Al finalizar el recreo, Juan se sintió alegre, y también un poco cansado pero satisfecho.

Al día siguiente, había un examen de matemáticas. Carlos estaba inquieto:

"No sé si estudié lo suficiente, me estoy poniendo nervioso", confesó Carlos.

"Solo respira hondo, lo hiciste lo mejor que pudiste, confía en ti", le respondió Lucas.

"Exactamente. Si te sientes nervioso, ¡puedes pensar en algo que te haga feliz!", dijo Juan, recordando lo que habían aprendido sobre las emociones.

Carlos tomó una profunda respiración y recordó lo feliz que se sintió al dibujar su mural. Al momento de dar el examen, se sentó con calma y respondió todas las preguntas que pudo. Cuando terminó, se sintió liberado.

Al recibir los resultados, Carlos había aprobado con buenas notas.

"¡Sí! Lo hice, estoy tan feliz", gritó Carlos.

"¡Lo sabía! Eres un genio de las matemáticas", exclamó Juan, dándole una palmadita en la espalda.

"Y lo más importante, lo hiciste sin dejar que la ansiedad te ganara", agregó Lucas con una sonrisa.

Los tres amigos aprendieron a enfrentar sus emociones: la felicidad, la tristeza, la inseguridad y el miedo. Juntos, compartieron su día a día, apoyándose y celebrando cada pequeño triunfo. A partir de ese momento, decidieron que siempre se ayudarían entre ellos a enfrentar cualquier desafío que se presentara, recordando que lo más importante no era ganar o perder, sino disfrutar del camino juntos.

Y así, Lucas, Carlos y Juan se convirtieron en un gran ejemplo de amistad y de cómo manejar las emociones, apoyándose mutuamente en cada aventura que la escuela les ofrecía. Al final, se dieron cuenta de que, aunque a veces la escuela traía desafíos, la amistad hacía que todo fuera más fácil de enfrentar y mucho más divertido.

FIN.

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