Las Aventuras en el Colegio Encantado
Era una vez, en un pequeño pueblo argentino, cuatro amigos inseparables: Mateo, Sofía, Lucas y Valentina. Un día, escucharon rumores sobre un colegio encantado que se encontraba en el bosque cercano. Intrigados y llenos de curiosidad, decidieron investigar.
Un sábado por la mañana, con mochilas repletas de ganas de aventura, se adentraron en el bosque. El sol brillaba a través de los árboles, y la emoción se sentía en el aire. Al llegar al colegio, una construcción antigua rodeada de enredaderas, se quedaron asombrados.
"¡Miren qué lugar tan misterioso!" - exclamó Sofía, con los ojos brillantes.
"¿Creen que hay dragones?" - preguntó Lucas, con un guiño cómplice.
"Tal vez haya duendes también. Ten cuidado con lo que deseas, amigo" - respondió Valentina, riendo.
Mientras exploraban el colegio, encontraron un gran salón lleno de libros. De repente, un gran estruendo los hizo saltar. Un gigante apareció, con un delantal que decía "Comedor de libros". Tenía una enorme boca y, curiosamente, estaba masticando un libro de recetas.
"¡Soy Gigante Leo!" - dijo él, con una voz retumbante. "¿Buscan algo?"
"Estamos aquí para investigar el colegio encantado. ¿Nos puedes ayudar?" - preguntó Mateo, llenándose de valor.
"Claro, pero primero, ¡ayúdenme a encontrar el libro que me faltó!" - respondió Leo, señalando un estante desordenado.
Después de buscar y buscar, encontraron un librito que tenía brillos dorados. Al abrirlo, salió un pequeño dragón de papel, que comenzó a volar por la habitación.
"¡Gracias! Estoy muy agradecido. Me llamo Drago. Soy el guardián de este lugar" - dijo el dragón con una voz melodiosa. "¿Quieren conocer el secreto del colegio encantado?"
Los cuatro amigos asintieron con entusiasmo. Drago los llevó a un hermoso jardín lleno de flores que nunca habían visto. En el centro había una pequeña ratoncita con un sombrero de mago que les sonrió.
"¡Yo soy Ratona Mágica!" - exclamó. "Este lugar está lleno de sorpresas. Pero hay que tener cuidado, porque si alguien roba el huevo de oro que cuido, el colegio perderá su magia".
Intrigados, los amigos decidieron cuidar el huevo de oro, que brillaba intensamente. Sin embargo, un duende travieso llamado Gastón apareció de repente, intentando robar el huevo.
"¡Devuélvelo, Gastón!" - gritó Mateo. "No puedes llevarte algo que no es tuyo".
"¿Y quién me lo impedirá?" - contestó el duende burlón. "Soy más rápido que ustedes".
Con astucia, Valentina tuvo una idea.
"Si nos desafías a un juego, tal vez te diviertas tanto que olvides robar el huevo" - sugirió ella.
"¡Eso suena interesante! ¿Qué tipo de juego?" - preguntó Gastón, intrigado.
Los amigos propusieron una carrera de obstáculos a través del jardín, con risas y saltos. Al final, Gastón, la criatura traviesa, se divirtió tanto que alzó sus manos.
"¡Está bien! No lo robaré. Ustedes son muy buenos en las carreras".
Drago y Ratona Mágica se unieron a la celebración.
"Gracias por ayudarme, amigos. El colegio encantado necesita más niños como ustedes, que valoran la amistad y la magia en sus corazones" - dijo el dragón.
"Y recuerda, a veces, lo mejor que se puede hacer es compartir la magia, en lugar de robarla" - agregó Ratona Mágica, sonriendo.
Desde esa aventura, los cuatro amigos aprendieron que la verdadera magia reside en la amistad, la colaboración, y en entender que el mundo está lleno de sorpresas si tienen el corazón abierto. Juntos regresaron a su pueblo, sabiendo que siempre tendrían un rincón mágico en su imaginación.
FIN.