Las casas mágicas de Colorín
En un pintoresco pueblo llamado Colorín, cada casa era tan colorida como un arcoíris. Los techos brillaban en tonos de rojo, azul, amarillo y verde, y mientras los habitantes caminaban por las calles, no podían evitar sonreír al ver cómo las casas se inclinaban hacia el sur, siguiendo la forma de las suaves lomas que rodeaban el lugar.
Las casas de Colorín estaban llenas de magia, pero el verdadero secreto era que cada casa contaba una historia, y cada historia estaba relacionada con un niño. Uno de esos niños era Tomás, un pequeño explorador con una curiosidad inagotable.
"¿Por qué las casas están inclinadas, Mamá?" - preguntó Tomás una mañana, mientras desayunaba.
"Es porque brindan calidez, hijo. Se abrazan a las colinas y permiten que el sol las toque directamente en la tarde" - respondió su madre, con una sonrisa.
Un día, Tomás decidió investigar más sobre las casas y su peculiar forma. Con su mochila a cuestas y su fiel amigo, Lila, la perrita de su abuela, salió a explorar. Caminando por el pueblo, llegaron a la casa de doña Pina, quien siempre tenía historias fascinantes para contar.
"Doña Pina, ¿cómo es que los techos de su casa son tan coloridos?" - preguntó Tomás.
"Cada techo representa un sueño, querido. Mi techo rojo es por mi amor a la música; el amarillo es el calor de la amistad que tengo con mis vecinos" - explicó doña Pina, llenando de curiosidad a Tomás.
Continuando con su aventura, se encontraron con el pequeño Pedro, quien estaba pintando sobre una pared.
"¿Qué haces, Pedro?" - inquirió Tomás.
"Estoy dando vida a la pared. Así como las casas son especiales, quiero que las paredes también cuenten historias" - respondió Pedro, lleno de entusiasmo.
Intrigado, Tomás se preguntó cómo podría ayudar a que las casas contaran aún más historias. Se le ocurrió que podían organizar un festival donde cada casa compartiera su propia leyenda. Junto a Lila, se dispusieron a visitar cada hogar y hablar con sus residentes.
Algunas casas contaban historias de amor, otras de aventuras, y algunas, incluso, de mágicos encuentros con criaturas del bosque. Había cuentos de un viejo búho que traía sabiduría a los ancianos y de una tortuga viajera que había visto el mundo.
Cuando finalmente armaron el festival, el pueblo entero se reunió. Tomás se subió a una tarima improvisada y, con una voz temblorosa pero firme, mostró a todos lo que habían descubierto.
"¡Amigos! Cada una de nuestras casas es un cuento, un sueño, un secreto. Debemos celebrar juntos todas nuestras historias" - exclamó Tomás.
El día del festival fue mágico. Todos, grandes y chicos, participaron en juegos, bailes y comidas. Las casas brillaban más que nunca, reflejando la alegría de los habitantes. Y mientras el sol se ocultaba detrás de las colinas, Tomás vio todos los techos inclinados hacia él, como si fueran un abrazo colectivo que llenaba el aire de amor.
Desde ese día, no solo las casas fueron admiradas por su belleza, sino también por las historias que cada una contenía. La gente de Colorín aprendió que sus diferencias estaban enlazadas por la magia de la comunidad, promoviendo la amistad y el respeto por los sueños de cada uno.
Y así, en el mágico pueblo de Colorín, las casas continuaron inclinándose hacia el sur, contando historias a quienes se atrevían a escuchar.
FIN.