Las Cuatro Estaciones de la Amistad
En un pequeño pueblo llamado Naturalia, donde todos los colores de la naturaleza se mezclaban, los habitantes eran muy felices. Plantaban flores, cuidaban los árboles y jugaban en los ríos. Pero un día, las estaciones comenzaron a comportarse de manera extraña.
El sol brillaba intensamente y la tierra se secó. Las plantas comenzaron a marchitarse.
"¡Ay, qué calamidad!" - exclamó Rosa, la flor más hermosa del jardín. "Si no llueve pronto, no creceremos más."
El sabio abuelito Pedro, conocido por sus consejos, reunió a todos.
"Debemos unirnos para encontrar una solución."
"Voy a hablar con las nubes", dijo el pequeño Luis. Mientras los demás se reían, él se puso un sombrero hecho de hojas y corrió al cielo. Las nubes, aunque querían ayudar, tenían sus propios problemas. Estaban atrapadas en un nido de indiferencia.
"¡Ayúdennos!" - gritó el pequeño. "Necesitamos lluvia para nuestro jardín."
Las nubes empezaron a murmurar entre ellas.
"¿Y si llueve, no será muy tarde para las flores?", dijo una nube gris.
"Nunca es tarde para ayudar a los demás", respondió una nube blanca. Finalmente, luego de una larga conversación, decidieron soltar un poco de agua. ¡Era tan sólo un poco! Pero suficiente para que Rosa y sus amigas recuperaran su color.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la situación diera un giro inesperado. Otras partes del pueblo comenzaron a inundarse con tanta lluvia.
"¡Ay, no!" - gritó Clara, la tortuga sabionda. "¡Ahora hay demasiada agua!"
Los habitantes se apresuraron a ayudar.
"¿Por qué no hacemos un canal que lleve el agua a los campos más secos?" - sugirió Luis entusiasmado.
"¡Buena idea!" - respondió Pedro. Todos trabajaron juntos, usando palas, ramas y, sobre todo, amistad. ¡Y lo lograron! El agua se desvió hacia los campos y las plantas florecieron por doquier.
Pero los imprevistos no terminaban ahí. A continuación, el frío llegó de un día para otro. Una ráfaga inusual de viento helado desnudó a los árboles y dejó temblando a los habitantes.
"¡Esto no puede ser!" - protestó Rosa. "¡Nos congelaremos!"
Los habitantes encendieron hogueras, pero el frío seguía golpeando fuerte.
"¿Y si usamos las hojas secas para hacer abrigos?" - propuso Clara.
Todos se pusieron manos a la obra y armaron unos abrigos improvisados y fuertes. El frío, aunque muy fuerte, pronto dejó de ser un problema.
Mientras tanto, llegó la primavera, y con ella, también llegó el calor.
"¡Basta de sol!" - clamó Rosa, ahora un poco cansada.
"Es solo un desafío más", dijo el abuelito Pedro, guiñándole un ojo. "Recuerden que el calor es también vital para que las semillas germinen. Luego de la sequía y las inundaciones, debemos mantener el ciclo de la vida."
Todos trabajaron juntos creando lugares de sombra con hojas grandes mientras contaban historias, hacían juegos de agua para refrescarse y, por último, todos aprendieron a disfrutar también de las altas temperaturas.
Pero esto no fue todo. Una tarde apareció un granizo fuera de lo común. Los pequeños hielos caían del cielo como bolitas de algodón.
"¡Atención!" - gritó Clara. "¡Viene un graniza..." Ya era tarde. El pueblo quedó cubierto de blancura. Pero, cuando el incidente terminó, las plantas estaban cubiertas de un manto brillante, y todos pudieron ver algo maravilloso: no solo la belleza del hielo, sino que muchos de los habitantes se sintieron más unidos que nunca.
Pedro murmulló: "A veces las tormentas traen sorpresas agradables."
Y así, después de las sequías, inundaciones, frío, calor y granizo, los habitantes de Naturalia aprendieron que cada estación traía su magia y que ayudar al otro era realmente lo que más importa en cualquier clima.
Desde ese día, se prepararon juntos para todo: para el sol ardiente, las lluvias y hasta las tormentas. Porque en Naturalia, lo único que nunca falta es la amistad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.