Las Cuatro Estaciones del Año en Perú
Érase una vez en un pequeño pueblito escondido entre montañas en Perú, donde la naturaleza era tan mágica que parecía contar su propia historia. En este lugar, los niños jugaban felices y disfrutaban de juegos en los campos. Pero había algo peculiar: en este pueblo, las estaciones del año no seguían un ciclo normal. En vez de tener primavera, verano, otoño e invierno, cada estación era una aventura única que se vivía en el mismo día.
Un día, un grupo de amigos —Mia, Marco, Lito y Ana— decidió explorar la misteriosa montaña que rodeaba el pueblo. Se sentían emocionados y un poco nerviosos, ya que habían escuchado cuentos de abuelos sobre el "Espíritu de las Estaciones" que vivía en lo alto de la montaña.
"¿Creen que realmente existe ese espíritu?" - preguntó Mia mientras caminaban.
"No sé, pero sería genial verlo" - respondió Marco con una sonrisa.
"Sí, imagínate cómo sería hablar con él" - dijo Ana emocionada.
"Vamos a descubrirlo juntos, ¡es nuestra aventura!" - exclamó Lito, poniendo su mano en el centro del grupo.
Así comenzaron su ascenso entre los verdes y vibrantes árboles que iban cambiando de color.
Al llegar al primer refugio, se vio que la primavera ya había llegado. Coloridas flores brotaban por todas partes, y una mariposa amarilla se posó sobre el hombro de Mia.
"¡Mira, una mariposa!" - gritó Ana entusiasmada.
"Es la primavera, seguramente nos está dando la bienvenida" - dijo Marco.
Decididos a seguir, atravesaron la primavera y llegaron a un lugar donde el sol brillaba intensamente. Era verano. Aquí, el aire era cálido y llevaban la alegría de correr y jugar en los campos de cultivo.
"¡Vamos a jugar al agua!" - propuso Lito, señalando un arroyo cercano.
"¡Sí! ¡El verano es para divertirse!" - rió Mia mientras corría hacia el agua.
Jugando y chapoteando, los amigos se olvidaron de la hora y, cuando menos lo esperaban, se encontraron en un bosque oscuro. Habían entrado en el otoño. Las hojas crujían al caminar y el viento soplaba con fuerza.
"¿Qué está pasando?" - cuestionó Ana, asustada.
"Tal vez debamos buscar un lugar seguro" - sugirió Marco.
Mientras buscaban refugio, se dieron cuenta de que las hojas que caían eran doradas, rojas y naranjas. Era un espectáculo hermoso, y dejaron de lado el miedo para disfrutar de la belleza de la naturaleza.
"Miren cuántos colores hay, ¡esto es mágico!" - dijo Lito, asombrado.
"Es como si el otoño quisiera que recordemos lo bonito de la vida, aunque todo se esté desnudando" - reflexionó Mia.
De repente, un fuerte viento los rodeó, llevándolos a un último espacio donde la nieve caía suavemente y el frío se hacía presente. Habían llegado al invierno.
"¿Cómo vamos a salir de aquí?" - preguntó Ana con un temblor en su voz.
"Este lugar también es especial, ¡mira esas montañas nevadas! Wuao!" - dijo Marco, maravillado.
Allí, entre risas, se lanzaron bolas de nieve y construyeron un pequeño muñeco de nieve. Pero a medida que jugaban, comenzaron a sentir que necesitaban encontrar al Espíritu de las Estaciones.
"No puedo seguir haciéndolo solo, tenemos que unirnos para poder verlo" - dijo Lito mientras pensaba en voz alta.
"¡Exacto! ¡Juntos podemos!" - animó Mia.
Se unieron, tomaron de las manos y empezaron a cantar sobre las estaciones, agradeciendo la belleza de cada una. Pronto, una luz brillante se formó delante de ellos, y del resplandor apareció un ser radiante.
"¡Hola, pequeños! Soy el Espíritu de las Estaciones y he estado observando su aventura" - pronunció con voz suave y melodiosa.
"Vinimos a conocerte, y a aprender sobre las estaciones" - explicó Ana.
"Las estaciones son ciclos de vida y renovación, ¿saben? Cada una tiene su propósito y cada una de ellas es importante" - les explicó el espíritu.
"El invierno enseña la paciencia, el otoño apreciará lo que hemos compartido, el verano es para disfrutar junto a amigos, y la primavera nos recuerda que siempre hay espacio para un nuevo comienzo" - continued el espíritu.
Los amigos escucharon atentos, comprendiendo que cada estación era esencial para la vida. Se despidieron del Espíritu, agradecidos, llenos de conocimientos y sentimientos.
Finalmente, regresaron a su pueblo, donde compartieron la experiencia con todos, recordando que en sus corazones llevaban el ciclo de las estaciones y el hermoso mensaje del Espíritu.
Desde ese día, no solo jugaron, también aprendieron a cuidar la naturaleza y a vivir en armonía con cada estación.
Y así, los cuatro amigos siguieron viviendo muchas aventuras cada día, sabiendo que la verdadera magia estaba en saber apreciar la belleza de la naturaleza y las estaciones.
FIN.