Las emociones en el Bosque Colorido



Érase una vez, en un Bosque Colorido, donde los árboles brillaban con los colores del arcoíris y los animales tenían personalidades relacionadas con diferentes emociones. Allí vivían Felicidad, un simpático conejito amarillo; Tristeza, una tortuga azul; Enfado, un zorro rojizo; y Miedo, un cangrejo que se escondía en su caparazón.

Un día, mientras los amigos jugaban en el claro del bosque, Felicidad se dio cuenta de que a Tristeza no le gustaba jugar como antes.

"¿Por qué no jugás, Tristeza?" - preguntó Felicidad, con su tierna voz.

"Es que me siento un poco... decaída" - respondió Tristeza, mirando al suelo.

"¡Pero jugamos siempre juntos! Si no jugás, el Bosque Colorido se ve menos alegre" - dijo Felicidad, saltando de un lado a otro.

Tristeza suspiró. En ese momento, Enfado, que estaba a unos pasos, intervino:

"¿Por qué siempre tenés que estar triste, Tristeza? A mí me molesta que no quieras jugar" - dijo, cruzando los brazos.

Miedo, que había estado escuchando desde su escondite, se asomó sutilmente para opinar:

"Tal vez Tristeza necesita su espacio. A veces está bien sentirse así" - dijo, un poco temeroso.

Felicidad miró a sus amigos, confundido. Como todos los días jugaban juntos, no entendía por qué no podían ser felices todos al mismo tiempo. Decidido a ayudar a Tristeza, propuso algo diferente:

"¡Vamos a tener una noche de cuentos! Así podrías contarnos lo que te pasa, Tristeza".

Todos estuvieron de acuerdo, así que se pusieron en marcha para preparar la noche. Cada animal llevó algo especial: Felicidad trajo luces brillantes, Enfado preparó una fogata y Tristeza, aunque un poco reacia, recogió hojas que hacían ruido al caer.

Cuando llegó la noche, se sentaron alrededor de la fogata y Felicidad comenzó a contar una historia divertida sobre un conejo que quería volar. Los animales reían y compartían cuentos de aventura, hasta que llegó el turno de Tristeza.

"Bueno... no sé si esto será muy divertido, pero..." - comenzó, y a medida que relató, sus ojos se iluminaban con sus recuerdos más bonitos. Habló sobre cómo había una primavera en la que todas las flores florecieron al mismo tiempo, y cada color brillaba en la luz del sol. Sus amigos comenzaron a escuchar con atención, sintiéndose inspirados por sus historias.

Tristeza, al ver que todos estaban tan interesados, se sintió mejor, aunque al final mencionó:

"A veces me gustaría que todos comprendieran que está bien sentirme triste. Pero no debería ser algo para evitar".

Enfado, que había estado enojado por la actitud de Tristeza, miró a sus amigos y dijo:

"Quizás estoy un poco enojado por no entender lo que sentís, Tristeza. A veces yo también me enojo sin razón".

Miedo reflexionó, y antes de que se diera cuenta, se animó a compartir su propio sentimiento:

"Yo siempre tengo miedo de hablar. Pero hoy, vi que cada uno de nosotros tiene nuestros propios sentimientos, y eso está bien” - explicó, iluminando un poco su caparazón.

Felicidad, viendo cómo todos compartían sus sentimientos, sintió una gran alegría.

"¡Todos los sentimientos son importantes! El día que me siento triste. En lugar de dejar que eso me detenga, puedo compartirlo con ustedes!" - sonrió, sintiendo el calor de su amistad.

La noche continuó, y los cuatro amigos se dieron cuenta de que cada emoción tenía su importancia. La tristeza podía traer la oportunidad de compartir historias, el enfado podía abrir la puerta a la conversación y el miedo podía ser la oportunidad de mostrar valentía.

Así, en el Bosque Colorido, entendieron que no importa si son felices, tristes, enojados o asustados; todas las emociones son parte de la vida y, juntos, pueden atravesar cualquier sentimiento. Desde ese día, cada uno aceptó sus emociones, y el bosque se volvió aun más brillante, porque cada color tenía su propio brillo.

Y así, en el Bosque Colorido, las emociones encontraron su lugar en el corazón de cada uno, dándole a la vida un sentido especial.

FIN.

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