Las emociones son válidas para todos
En un tranquilo pueblo llamado Emocilandia, donde los corazones brillaban como el sol, vivía una niña llamada Lía. A Lía le encantaba jugar con sus amigos en la plaza del pueblo, pero había algo que la hacía diferente: sus emociones eran intensas. Un día, mientras jugaban a la pelota, Lía comenzó a sentirse triste de repente.
"¿Qué te pasa, Lía?" - preguntó su amigo Tino, con cara de preocupación.
"No lo sé, solo me siento... triste" - respondió Lía, con los ojos brillantes de emoción.
Los amigos de Lía, que vivían experiencias más livianas, no entendían por qué ella se sentía así. En lugar de consolarla, comenzaron a alejarse.
"No seas tan dramática, Lía" - dijo Maia, tratando de restarle importancia.
Lía se sintió sola y decidió irse a casa. Allí se encontró con su abuela, que estaba horneando galletitas.
"¿Por qué tienes esa cara, mi amor?" - le preguntó su abuela.
"Porque mis amigos no entienden mis emociones, abuela. A veces me siento triste, y no sé por qué..." - explicó Lía, con un profundo suspiro.
La abuela sonrió y le tendió una galletita calientita.
"¿Sabés? Las emociones son como el clima. A veces, el sol brilla; otras veces, llueve. Lo importante es que todas son válidas. Y cuando no las compartimos, nos sentimos más solas, incluso en medio de la gente" - dijo la abuela.
Entendiendo esto, Lía tuvo una idea. Regresaría al pueblo y organizaría una reunión en la plaza para hablar sobre las emociones. A la mañana siguiente, reunió a sus amigos.
"¡Chicos, convoco una reunión! Quiero que hablemos de cómo nos sentimos" - dijo Lía, emocionada.
Sus amigos se miraron, un poco confundidos, pero asintieron. En la plaza, Lía habló con sinceridad.
"A veces siento cosas intensas y no sé cómo compartirlas. Quiero que todos podamos hablar sobre nuestras emociones, sin miedos" - dijo Lía, a lo que todos respondieron con murmullos.
"Pero... a mí no me sucede eso” - dijo Tino, aún con dudas.
- “¡Eso está bien! Pero mis emociones son válidas, y las tuyas también lo son. ¿Por qué no intentamos? ” - contestó Lía, levantando la voz.
Sus amigos comenzaron a abrirse, uno por uno: Maia explicó que tenía miedo de no ser la mejor en el fútbol entreamientos; Tino confesó que se sentía presionado por lo que dicen los demás; y Nara reveló que a veces se sentía muy sola, incluso rodeada de amigos.
"¡Miren lo que hemos descubierto!" - dijo Lía, muy contenta. "Cada uno siente cosas diferentes, y eso está bien. Nuestros corazones son como un arcoíris. Todos los colores son importantes".
Los niños empezaron a jugar de nuevo, pero esta vez, se sentían más unidos. Mientras pasaba el tiempo, Lía notó que a veces sus emociones pesaban más que un ladrillo y que otras veces, había días soleados que iluminaban su vida. Pero había algo que había cambiado: sus amigos ahora entendían que todas las emociones son válidas, ya sea rabia, aprecio, tristeza o alegría.
Un día, cuando se sintieron un poco abrumados por los exámenes, decidieron dedicar un rato a hablar sobre lo que sentían en vez de solo estudiar.
"Chicos, hablemos de cómo nos sentimos acerca de estos exámenes. Es muy estresante para mí" - propuso Tino.
"Sí, hablemos y nos ayudamos" - agregó Maia. Y así, comenzaron a compartir sus preocupaciones, riendo y apoyándose unos a otros.
Pasaron los meses y el pueblo entero se dio cuenta del cambio en Emocilandia. Las emociones empezaron a ser consideradas tesoros en lugar de cargas. Lía se sintió muy feliz al ver que sus amigos se abrazaban en los momentos difíciles y celebraban los alegres.
Eventualmente, Lía se convirtió en una gran defensora de las emociones en su pueblo, recordándoles a todos que las emociones son válidas para todos, y que compartirlas hace que valgan aún más.
Al final, el pueblo no solo aprendió a aceptar sus propias emociones, sino también a celebrar las de los demás, y así, Emocilandia brilló como nunca antes, lleno de risas y colores.
FIN.