Las Estrellas de Tomi
Había una vez un niño llamado Tomi que nunca había vivido más de dos años en la misma casa.
Por eso, Tomi decidió darle un toque especial a cada habitación en la que vivió. Con un pincel y un balde de pintura azul, pintó estrellas doradas en las paredes. Cada estrella representaba un deseo o un sueño que quería alcanzar.
—Mirad, ¡cada estrella puede ser un deseo! —decía Tomi a su hermana, Sofía, mientras sonreía con orgullo.
A pesar de que Tomi era un chico muy creativo, había algo que lo hacía infeliz: el colegio. Le parecía un lugar aburrido y donde nunca encajaba. Sus días parecían grises comparados con las brillantes estrellas de su habitación.
Un día, mientras miraba las estrellas en su habitación, Tomi tuvo una idea.
—Sofía, ¡pero si en la luna hay más estrellas! ¡Quiero viajar a la luna y pedirle un deseo!
Sofía, emocionada por la aventura, le preguntó:
—¿Cómo haremos para llegar a la luna?
Tomi sonrió, con esa chispa de locura que lo caracterizaba.
—Vamos a construir un cohete con cajas viejas. ¡Juntos podemos lograrlo!
Así fue que Tomi y Sofía se pusieron manos a la obra. Reunieron cajas de cartón, papel de aluminio y cualquier cosa que encontraran en casa. Mientras tanto, su hermano mayor, Lucas, los miraba con una mezcla de sorpresa y diversión.
—No se olviden de ponerle motores al cohete. —les dijo, entre risas.
—¿Motores? —preguntó Sofía.
—Sí, eso lo hará despegar. —respondió Lucas.
Tomi y Sofía no se desanimaron. Con mucho esfuerzo, construyeron su cohete de cartón. La noche de la prueba, miraron al cielo y se sintieron valientes.
—Los deseos son más fuertes que el miedo —murmuró Tomi.
Con un gran empujón, saltaron dentro del cohete. Cerraron los ojos y contaron hasta tres. Cuando abrieron los ojos, se encontraron en una plataforma mágica llena de luces de colores. El lugar era un carnaval, todo brillaba como las estrellas que Tomi había pintado.
—¡Estamos volando! ¡Mirá! —gritó Sofía.
De repente, un torbellino de luces apareció. ¡Eran las constelaciones!
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Tomi con algo de miedo.
Las constelaciones sonrieron.
—Somos los guardianes de los deseos. ¡¿Cuál es el tuyo? ! —preguntó una estrella de cinco puntas.
—Yo quiero que todos en mi familia sean felices —dijo Tomi, sintiendo que el amor por ellos brillaba en su corazón.
Las constelaciones se miraron entre sí y comenzaron a reír.
—¡Ese es un deseo noble! Y lo mejor es que lo llevas dentro. No necesitas volar hasta la luna para pedirlo, ¡busca siempre lo que te haga feliz! —respondió otra estrella, en forma de corazón.
A medida que regresaban a casa, Tomi reflexionó sobre lo aprendido.
—No importa dónde vivamos, mientras estemos juntos, las estrellas siempre brillarán.
—Exacto —respondió Sofía— y siempre tenemos el poder de hacer que otros sean felices.
Una vez en casa, el niño decidió ir al colegio de nuevo, esta vez con una nueva perspectiva.
—¡Hola, maestra! —saludó al entrar en el aula—. Hoy quiero aprender.
Su maestra, sorprendida, sonrió. Los días de Tomi en el colegio no serían iguales, y poco a poco, comenzó a hacer amigos, movido por su nueva actitud positiva.
Al anochecer, cuando llegó a casa, miró las estrellas en su pared y sonrió.
—Los deseos no solo son estrellas, es también amor, amistad y aprendizaje. ¡Luz para todos! —gritó feliz.
Y así, el niño comprendió que cada hogar y cada lugar puede estar lleno de magia si llevamos en el corazón la luz de los sueños.
FIN.