Las Flores Amarillas de Sunnyvale



Era un hermoso día soleado en el pequeño pueblo de Sunnyvale. Los árboles se mecían suavemente con la brisa y el aroma de las flores amarillas llenaba el aire. Todos los niños del pueblo estaban ansiosos por salir y jugar al aire libre.

– ¡Vamos a jugar a la pelota! – gritó Lucas desde su puerta, mientras corría hacia el parque.

– ¡Sí! Pero primero vamos a recoger flores amarillas! – dijo Sofía, que siempre había tenido un cariño especial por ellas.

Los niños se pusieron a buscar las flores en el parque, riendo y llenando sus manos con los pétalos dorados.

Mientras recogían las flores, Sofía dijo:

– ¿Sabían que estas flores pueden hacer sonreír a cualquiera?

– ¿Cómo es eso? – preguntó Martín, curioso.

– Bueno, en mi casa siempre decimos que regalar flores hace sonreír a la gente. ¡Así que deberíamos hacer un ramo y regalarlo! – propuso Sofía.

Los demás niños se entusiasmaron con la idea y comenzaron a recolectar flores amarillas con aún más ganas. Juntos, formaron un hermoso ramo de flores brillantes.

– ¡Listo! Ahora, ¿a quién le vamos a regalarlo? – preguntó Lucas.

– ¡A la abuela Elvira! – exclamó Sofía. La abuela Elvira era conocida en el barrio por ser un poco solitaria. Siempre, cuando pasaban por su casa, los niños la veían sentada en su porche, mirando hacia la calle.

Los niños decidieron que era hora de hacerle una visita. Mientras caminaban hacia la casa de la abuela Elvira, Sofía sintió un poco de nervios.

– ¿Y si no le gusta? – pensó en voz alta.

– Pero, ¿no dijiste que las flores hacen sonreír? – le recordó Martín –. ¡No hay nada que perder!

Al llegar, tocaron la puerta con suavidad. Después de un momento, la abuela Elvira salió, sorprendida de ver a tantos niños frente a su casa.

– ¿Qué pasa, pequeños? – preguntó, mirándolos con curiosidad.

Con una gran sonrisa, Sofía tomó el ramo de flores y dijo:

– ¡Hemos venido a regalarle estas flores amarillas! Creemos que le pueden hacer sonreír.

Los ojos de la abuela Elvira se iluminaron y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

– ¡Oh, cómo son hermosas! Muchísimas gracias, queriditos. No esperaba una visita tan linda – respondió la abuela, acariciando suavemente las flores.

– ¡A veces solo se necesita un poco de alegría y flores para cambiar un día! – dijo Sofía, radiante.

Los niños comenzaron a charlar con la abuela Elvira, contándole sobre sus juegos y aventuras. El tiempo pasó volando, y lo que había comenzado como una simple entrega de flores se había convertido en una divertida tarde llena de risas.

Cuando el sol comenzó a ponerse, los niños se despidieron de la abuela, prometiendo volver a visitarla.

– ¡Volvemos pronto! – gritó Lucas, mientras se alejaban.

A partir de ese día, los niños de Sunnyvale se aseguraron de visitar a la abuela Elvira con regularidad, llevando siempre un ramo de flores amarillas. La tristeza que alguna vez había tocado su hogar se desvaneció, y la abuela Elvira encontró nuevos amigos en cada visita.

– Estoy tan feliz de haber hecho esto – dijo Sofía una tarde, mientras todos jugaban en el parque. – A veces, solo una pequeña acción puede traer mucha alegría a la vida de alguien.

Los demás niños asintieron, recordando la magia que aquellas flores amarillas habían traído a su comunidad. Desde entonces, Sunnyvale no solo se llenó de sol y flores, sino también de risas, amistad y mucho amor.

Y así, cada vez que veían flores amarillas, los niños recordaban la importancia de compartir, de ser amables y de hacer sentir a los demás queridos.

Fin.

FIN.

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