Las flores mágicas de Juan



Era un hermoso día de primavera en el jardín de Juan. El sol brillaba con fuerza y las aves cantaban alegres. Juan, un niño de corazón tierno y lleno de curiosidad, decidió que era el momento perfecto para plantar flores.

- ¡Voy a plantar flores! - exclamó Juan con entusiasmo.

Juan tenía una bolsa llena de semillas de flores de dos colores: 2 semillas amarillas y 4 rojas. Con mucha emoción, salió al jardín y buscó un lugar especial para plantar sus flores.

Cuando Juan llegó a un claro del jardín que tenía mucha luz, se arrodilló y empezó a preparar el suelo. Con su pequeña pala, hizo hoyitos.

- Aquí van las amarillas - dijo mientras metía con cuidado las dos semillas amarillas en el suelo.

Después, Juan sonrió al pensar en las flores rojas.

- Ahora son el turno de las rojas - dijo, mientras plantaba las 4 semillas rojas, muy contento.

Cuando terminó, Juan regó sus florecitas y dijo:

- Crezcan fuerte y hermosas, pequeñas flores.

Pasaron los días y Juan cuidó de sus flores con mucho amor, regándolas cada mañana y hablando con ellas. Un día, mientras estaba en el jardín, se dio cuenta de que las semillas empezaban a brotar.

- ¡Mirá, mamá! - gritó Juan - ¡Mis flores están saliendo!

Su mamá salió de la casa y miró con asombro.

- ¡Qué maravilla, Juan! - dijo ella. - Las flores parecen estar muy felices.

Con el tiempo, las flores fueron creciendo y Juan se emocionaba cada vez más al verlas florecer. Las 2 flores amarillas eran brillantes y alegres, mientras que las 4 rojas lucían fuertes y vibrantes.

Un día, mientras jugaba cerca de sus flores, Juan notó algo extraño. ¡Las flores comenzaban a brillar al atardecer!

- ¡Mamá, ven rápido! - gritó Juan.

- ¿Qué pasa, hijo? - preguntó su mamá, corriendo hacia él.

Cuando llegó, ambos miraron asombrados cómo las flores amarillas y rojas brillaban como estrellas.

- ¡Es como si fueran mágicas! - dijo Juan con ojos grandes.

Cada día, al atardecer, las flores brillaban más y más. Los vecinos empezaron a acercarse para admirar el jardín de Juan. Tenía las flores más bonitas del barrio.

Una tarde, Juan se dio cuenta de que había algo especial en las flores.

- ¿Sabés, mamá? - preguntó pensativo - Creo que hacen que todos se sientan felices.

- Es posible, Juan - respondió su mamá sonriendo - La belleza siempre trae felicidad.

Un día, llegó una niña llamada Ana y se quedó sorprendida por las flores.

- ¡Son hermosas! - dijo Ana. - ¿Puedo jugar contigo en tu jardín?

- Claro, ¡ven! - dijo Juan alegre.

Desde ese día, Juan y Ana se hicieron amigos inseparables y jugaban juntos en el jardín rodeados de las flores mágicas. La felicidad de Juan se multiplicó y, a partir de entonces, su jardín se llenó de risas y juegos entre amigos.

- Gracias por hacer que este jardín sea tan especial, pequeñas flores - dijo Juan con una gran sonrisa.

Y así, en el jardín de Juan, siempre había magia, risas y amor, gracias a las flores que había plantado con tanto cariño.

FIN.

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