Las Flores Mágicas del Bosque



Era un hermoso día en el bosque de San Alejo. La luz del sol se filtraba entre los árboles, creando un espectáculo de sombras y luces en el suelo cubierto de hojas. En este maravilloso lugar, vivía una niña llamada Sofía, quien estaba muy emocionada porque iba a recoger flores para regalarle a su abuelita en su cumpleaños.

Sofía se adentró en el bosque con su canasta, lanzando una mirada curiosa a su alrededor. Mientras caminaba, escuchó un suave murmullo.

"¡Hola! ¿Qué haces tú aquí?" - preguntó una ardilla con una voz picarona, que estaba sentada sobre una rama. Sofía levantó la vista y sonrió al verla.

"¡Hola! Estoy buscando flores para mi abuela. Es su cumpleaños y quiero alegrarle el día con un hermoso ramo" - respondió Sofía alegremente.

"¡Eso suena genial!" - dijo la ardilla. "Yo puedo ayudarte. Hay un lugar en el bosque donde crecen las flores más hermosas, pero está un poco lejos."

"¡Oh, por favor, llévame allí!" - exclamó Sofía con entusiasmo.

La ardilla asintió, y antes de que Sofía se diera cuenta, un conejo saltó cerca de ella.

"¿A dónde vas tan rápido, ardilla?" - preguntó el conejo, muy curioso.

"Vamos a buscar flores para la abuela de Sofía!" - respondió la ardilla, con un brillo en sus ojos. "¡Son flores mágicas!"

El conejo movió sus orejas, intrigado.

"¿Mágicas? ¿Qué tienen de mágicas?" - inquirió.

"Se dice que quien las recoja sentirá alegría al dárselas a alguien querido, ¡y esa persona tendrá un día muy especial!" - explicó la ardilla.

Sofía estaba emocionada y empezó a caminar tras la ardilla, con el conejo siguiéndolos saltarín.

Después de un rato de caminar, llegaron a un claro donde florecían las más hermosas flores que Sofía había visto. Había rosas rojas, girasoles amarillos y violetas que danzaban con la brisa.

"¡Guau! Son preciosas!" - exclamó Sofía, maravillada.

"¡Sé rápida y elige!" - le dijo la ardilla, mientras comenzaba a saltar entre las flores. El conejo se unió a ella, recogiendo algunas aquí y allá.

Sofía empezó a escoger las flores más hermosas, cuando de pronto, escuchó un crujido en el arbusto cercano. Se asustó un poco y se quedó en silencio. La ardilla y el conejo también se detuvieron.

"¿Qué fue eso?" - preguntó Sofía, con un leve temblor en la voz.

"No te preocupes, Sofía. Quizás es solo el viento" - dijo el conejo, aunque él también se sentía un poco inquieto.

Los tres amigos escucharon de nuevo el sonido. Esta vez, un pequeño pajarito salió volando del arbusto, y se posó en la rama más cercana.

"¡Hola! ¿Han visto mi nido?" - preguntó el pajarito con preocupación.

"No, no lo hemos visto. ¿Por qué?" - respondió la ardilla.

"Se ha caído, y ahora estoy muy triste porque no puedo encontrarlo. Mis huevos estaban allí!" - dijo el pajarito con lágrimas en los ojos.

Sofía se sintió conmovida por la tristeza del pájaro y decidió ayudarlo.

"No te preocupes pequeño, ¡te ayudaremos a encontrar tu nido!" - dijo Sofía, apuntando con determinación.

La ardilla y el conejo se miraron entre sí, un poco inseguros, pero luego asintieron.

"Sí, claro. ¡Vamos a buscarlo!" - gritó la ardilla, llena de energía.

Los tres amigos empezaron a investigar por el bosque, preguntando a otros animales si habían visto el nido. Pasaron por debajo de arbustos, detrás de troncos y, a veces, hasta tuvieron que saltar sobre charcos. Pero el nido seguía perdido.

Finalmente, después de un buen rato, Sofía miró hacia arriba al ver un reflejo brillante. Era un árbol viejo, de mucha altura, que tenía un pequeño cesto entre las ramas.

"¿Podría ser...?" - murmuró Sofía.

"¡Sí! ¡Ese es el nido!" - exclamó el pajarito, lleno de esperanza.

El conejo, que era muy ágil, se ofreció para ayudar al pajarito a recuperar su nido. **"Déjamelo a mí!"** - dijo mientras saltaba hacia el árbol.

Con un gran esfuerzo, logró alcanzar el nido y lo trajo de vuelta. El pajarito cantó de felicidad al ver su hogar.

"¡Gracias! No sabía qué haría sin su ayuda. Ahora, puedo cuidar de mis huevos nuevamente!" - dijo el pajarito, lleno de gratitud.

Sofía, la ardilla y el conejo se sonrieron entre sí, felices por haber ayudado a un amigo. Pero pronto, la ardilla se acordó de las flores.

"¡Sofía! ¡Las flores!" - gritó, mirándola con preocupación.

"Oh, no!" - dijo Sofía, corriendo hacia el claro. Pero al llegar, se dio cuenta de que las flores habían crecido aún más hermosas de lo que eran antes. En el camino hacia el nido, se habían regado con la lluvia.

"¡Mira! Las flores están brillando como nunca!" - exclamó la ardilla, saltando de alegría.

Sofía sonrió, y ahora sabía que no solo había encontrado algo especial para su abuela, sino también amigos especiales en el bosque. Juntos, recogieron las flores más hermosas y regresaron a casa.

"Esto será un regalo especial" - dijo Sofía con una gran sonrisa.

Al llegar a su casa, su abuela se emocionó al ver el ramo de flores y escuchar la historia de la niña. Sofía aprendió que, a veces, ayudar a los demás puede traer segundas oportunidades en lo que más queremos.

La abuela le dio un fuerte abrazo, y los cuatro amigos disfrutaron de un delicioso té en el jardín, riendo y compartiendo historias sobre las maravillas del bosque y lo maravilloso que es ayudar a los demás.

Y así, Sofía, el conejo y la ardilla aprendieron que la amistad y la bondad superan cualquier flor mágica del bosque.

FIN.

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