Las Frutas y las Verduras Mágicas



Un día soleado, mamá tuvo una gran idea. Le dijo a Ana:

—¡Vamos de picnic al parque!

A Ana le encantaba salir al parque, pero no le gustaba mucho comer frutas ni verduras. Sin embargo, mamá tenía una sorpresa especial preparada.

Juntas prepararon una canasta llena de deliciosas frutas y coloridas verduras.

—Mirá, Ana, tenemos fresas, kiwis, zanahorias, y aguacates. Son muy ricas y saludables—dijo mamá, mientras colocaba todo con cuidado en la canasta.

—No sé, mamá. No me gustan mucho las verduras, y las frutas no me convencen—respondió Ana, con un puchero en el rostro.

—¿Y si te cuento un secreto? —preguntó mamá, mientras se inclinaba hacia Ana.

—¿Un secreto? —Ana levantó las cejas, intrigada.

—Sí, estas no son frutas y verduras comunes. Son mágicas—siguió mamá con un guiño.

—¿Mágicas? ¡Pero si son solo frutas y verduras! —dijo Ana, escéptica.

—¿De verdad? —replicó mamá sonriendo—. ¿Te animás a probarlas y ver qué pasa?

Ana, cada vez más curiosa, asintió con la cabeza. Las dos se pusieron en marcha al parque. Una vez allí, buscaron un hermoso lugar bajo un árbol grande y frondoso, y extendieron una manta en el suelo.

—Ahora, vamos a probar esas frutas y verduras mágicas—dijo mamá, cortando un par de fresas y ofreciéndole una a Ana.

—Está bien. Solo una—decidió Ana, mientras hacía una mueca.

Apenas probó la fresa, sintió una chispa de energía recorrer su cuerpo.

—¿Ves? —dijo mamá—. ¿No está rica?

Antes de que Ana pudiera responder, se escuchó un sonido extraño. De la nada, ¡apareció un pequeño arcoíris en el cielo!

—¡Mirá, mamá! —gritó Ana, sorprendida—. ¡El cielo se llenó de colores!

—Eso solo pasa cuando alguien disfruta de frutas y verduras mágicas—dijo mamá, con una sonrisa.

Ana sonrió y, llena de emoción, comenzó a probar más frutas.

—¡Esta naranja es deliciosa! —exclamó.

—Sí, y tiene mucha vitamina C—respondió mamá—. Te dará mucha energía para jugar.

Las dos rieron mientras disfrutaban de su picnic, pero algo aún más sorprendente ocurrió.

—¿Qué es eso? —preguntó Ana, señalando hacia el otro lado del parque.

Un grupo de niños corría hacia ellas con unas mochilas extrañas llenas de frutas y verduras.

—¡Hola! —gritaron los niños, con entusiasmo—. ¡Venimos a compartir nuestras frutas y verduras mágicas!

Ana, sin pensarlo, se unió a ellos, y antes de que se dieran cuenta, todos estaban jugando juntos.

—¡Esto es genial! —dijo Ana mientras mantenía una zanahoria en la mano como si fuera un micrófono.

—¿Quién quiere unirse a nuestro concurso de baile? —gritó un niño.

Ana levantó la mano emocionada.

El grupo empezó a bailar, y cada vez que alguien tomaba un bocado de fruta o verdura, el cielo se llenaba de más colores.

—¿Pueden las frutas y verduras realmente hacer eso? —preguntó Ana, entre risas.

—Sí, porque cuando compartimos y disfrutamos, se vuelven mágicas—respondió una niña con un vestido azul.

Ana sintió que nunca había estado tan feliz y llena de energía. Pasaron horas jugando, danzando, y comiendo esas frutas y verduras mágicas. Cuando se despidieron, Ana se sintió diferente.

—Mamá—le dijo, mirando a su madre—. Hoy aprendí que las frutas y verduras no son solo sanas, ¡sino que además son divertidas y mágicas!

—Así es, cariño—respondió mamá, abrazándola—. Y lo mejor de todo es que se pueden compartir.

El cielo se tiñó de un impresionante atardecer mientras regresaban a casa, y Ana ya pensaba en su próxima aventura.

No podía esperar para volver al parque y, por primera vez, le emocionaba la idea de probar más frutas y verduras. Aquella mágica tarde quedó grabada en su corazón por siempre.

FIN.

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