Las gafas de la bondad



Había una vez un colegio en el que los niños se portaban mal todo el tiempo. No importaba cuánto les dijeran los profesores, siempre encontraban la forma de hacer travesuras y causar problemas.

Los profesores estaban desesperados, no sabían qué hacer para cambiar esa situación. Un día, la directora del colegio tuvo una idea brillante. Decidió poner en marcha la estrategia de las gafas de colores.

Les dijo a todos los niños que si querían ser buenos y comportarse correctamente, debían usar unas gafas especiales que ella les daría. Los niños estaban intrigados por esta propuesta y aceptaron usar las gafas sin dudarlo.

La directora les explicó que cada color de las gafas representaba diferentes actitudes y comportamientos: el rojo era para la ira y la agresividad, el azul para la tristeza y el llanto, el verde para la envidia y los celos, el amarillo para el egoísmo y así sucesivamente.

Desde ese día, todos los niños comenzaron a usar sus gafas de colores. Al principio fue extraño verlos con esas monturas extravagantes sobre sus narices, pero poco a poco se acostumbraron.

Lo sorprendente fue cómo las gafas realmente comenzaron a tener efecto en su comportamiento. Cada vez que un niño estaba tentado a pelear o molestar a alguien más, miraba sus gafas rojas y recordaba que debía controlar su ira.

Si alguien se sentía triste o desanimado, veía sus gafas azules y buscaba formas de animarse. La magia estaba funcionando: los niños estaban aprendiendo a controlar sus emociones y a comportarse mejor. Los profesores notaron un cambio significativo en el ambiente del colegio.

Ya no había peleas ni travesuras constantes. Sin embargo, con el tiempo, algunos niños comenzaron a darse cuenta de que podían quitarse las gafas cuando nadie los veía. Pensaron que si nadie los estaba mirando, podrían volver a ser traviesos sin consecuencias.

Un día, Mateo, uno de los niños más inquietos del colegio, decidió quitarse las gafas verdes mientras jugaba en el patio. Estaba seguro de que nadie se daría cuenta.

Pero lo que no sabía era que su amiga Sofía lo estaba observando desde lejos. Sofía era una niña muy inteligente y siempre prestaba atención a todo lo que ocurría a su alrededor.

Al ver a Mateo sin sus gafas verdes, tuvo una idea genial: ella también se quitaría sus gafas azules y se acercaría sigilosamente hacia él. Cuando Sofía llegó junto a Mateo, ambos comenzaron a reír y hacer travesuras juntos. Pero lo que no sabían era que la directora del colegio los estaba observando desde una ventana.

La directora esperó hasta el momento adecuado para intervenir. Se acercó lentamente hacia ellos con una sonrisa en su rostro y les preguntó:- ¿Qué están haciendo ustedes dos? Parece que han olvidado algo muy importante.

Mateo y Sofía se miraron confundidos hasta que vieron las gafas de colores sobre la mesa cercana. - ¡Oh no! Nos olvidamos de nuestras gafas -dijo Sofía preocupada.

La directora les explicó que las gafas de colores eran un recordatorio constante de cómo debían comportarse y controlar sus emociones. Les recordó que ser buenos no era solo cuando los demás los estaban mirando, sino también cuando nadie lo hacía. Desde ese día, Mateo y Sofía aprendieron la lección.

Nunca más se quitaron las gafas de colores y continuaron siendo buenos compañeros en el colegio. Poco a poco, todos los niños del colegio entendieron la importancia de las gafas de colores y cómo estas podían ayudarlos a ser mejores personas.

El comportamiento en el colegio cambió por completo, reinando la amistad y el respeto entre todos. Y así, gracias a las mágicas gafas de colores, aquel colegio se convirtió en un lugar donde todos los niños aprendieron a ser buenos y felices.

FIN.

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