Las Galletas de Doña Rosa



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una abuela tierna y amable llamada Doña Rosa. Doña Rosa tenía una habilidad especial: hacía las galletas más deliciosas que jamás se habían probado. Un día, su querido nieto Lucas llegó de visita después de una larga semana de colegio.

"¡Abuela! Estoy tan feliz de verte. ¿Tenés algo rico para comer?" - preguntó Lucas con los ojos brillantes.

Doña Rosa sonrió y le dijo:

"¡Claro que sí, mi amor! ¡Voy a preparar tus galletas favoritas!"

Lucas se frotó las manos de emoción mientras Doña Rosa se dirigía a la cocina. Comenzó a mezclar ingredientes con tanto amor que incluso la harina parecía bailar en el aire. El aroma de la mantequilla y el chocolate se expandió por toda la casa, haciendo que todos los miembros de la familia se sintieran atraídos.

Primero llegó su hija Ana, la madre de Lucas:

"¿Qué está cocinando, mamá? Huele increíble."

Doña Rosa, sin perder el ritmo, respondió:

"Son las galletas de chocolate que tanto le gustan a Lucas. ¿Te gustaría ayudarme?"

Ana se acercó y comenzó a mezclar la masa, mientras Lucas brincaba de la alegría. Pero, de repente, vino el tío Ezequiel, que al escuchar el aroma, no pudo resistir la tentación.

"¿Qué hay de comer? No me digan que son esas galletas famosas de Doña Rosa."

"¡Sí, sí!" - gritó Lucas.

"¿Puedo probar?" - preguntó Ezequiel con su voz profunda y juguetona.

Doña Rosa, divertida, aseguró:

"Todavía no, hay que esperar a que se cocinen. Pero sí pueden ayudarme a colocar la masa en la bandeja."

Mientras los hombres de la familia empezaban a asomarse, cada uno ayudando a su manera, la cocina se llenaba de risas, charlas y, por supuesto, del maravilloso olor a galletas horneándose. Resultó que la madre de Ana, la abuelita de Lucas, había venido a hacer una visita sorpresa y también se unió a la fiesta de hacer galletas.

"Yo también quiero hacer mis galletas!" - exclamó la abuela, sacando un viejo libro de recetas. "Tenía una receta secreta que me enseñó mi madre."

Y así, la cocina se convirtió en un verdadero taller. Doña Rosa, Ana, Ezequiel y la abuela comenzaron a mezclar ingredientes de sus recetas. Las risas llenaban el aire mientras cada uno intentaba superar al anterior en cuanto a su receta. Los minutos pasaron volando, y cuando finalmente, las galletas estuvieron listas, el aroma había atraído a toda la familia.

"¡Ya están listas!" - exclamó Doña Rosa, abriendo el horno con gran ceremonia.

Pero al ver la cantidad de galletas, un dilema surgió. Todos querían probarlas y había tantas variaciones que todos querían que fueran las suyas las que se destacaran.

"Vamos a hacer una degustación familiar. ¡Así, todos tienen oportunidad de probar!" - sugirió Ana.

"Esa es una excelente idea!" - respondió Ezequiel, ansioso por probar.

Entonces, la familia se organizó. Cada uno eligió las galletas que había hecho y comenzaron a probar cada delicia, llenando la mesa con risas y sorpresas.

Por cada galleta, había comentarios agradables:

"¡Esta está increíble!" - decía Lucas.

"¿Y esta? ¿No es la mejor?" - comentaba la abuela de Ana.

Sin embargo, al llegar a la última galleta, todos se miraron con ternura y un poco de presión en el estómago. Finalmente, el amor del grupo se notaba, pero la competencia en la cocina había creado un ambiente curioso.

Entonces, Doña Rosa levantó su mano para pedir atención:

"Quiero que todos sepan que las mejores galletas no son solo las que hacemos, sino el cariño y los momentos que compartimos junto a la familia."

Y así, todos se rieron, se abrazaron y comenzaron a hablar sobre lo especial que había sido el día. Al final terminaron comiendo todas las galletas. No quedaba ninguna, pero sí había risas y muchos momentos memorables.

Desde aquel día, la familia recordó que se podía disfrutar más en compañía que en competencia. Cada vez que se juntaban, hacían galletas, pero lo más importante, hacían recuerdos. Y así, Doña Rosa continuó horneando, no solo galletas, sino también amor, unión y risas.

"¡Gracias, abuela, por las mejores galletas del mundo!" - dijo Lucas, mientras abrazaba a Doña Rosa.

"Querido, cada galleta lleva un poco de amor, y el amor se comparte con todos. La próxima vez, todos haremos galletas juntos. ¿Qué les parece?" - respondió Doña Rosa, sonriendo con ternura.

Y así, concluyó un nuevo día en la casa de Doña Rosa, llena de amor, magia y galletas.

FIN.

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