Las Galletas de Jengibre de Mia
Mia era una niña de diez años con una sonrisa que, a veces, parecía perdida en algún rincón de su corazón. Desde que había dejado la infancia, comenzó a pensar que la Navidad era solo una época llena de luces y regalos. Cada diciembre, se preguntaba por qué seguir celebrando algo en lo que no creía. Por eso, este año, esperaba con cierta indiferencia el viaje a la casa de sus abuelos, donde pasarían las vacaciones.
Cuando llegó, la casa de su abuela era un espectáculo de color y brillo. Desde el jardín hasta el último rincón de la casa, todo estaba decorado con adornos navideños. Estrellas brillantes y guirnaldas doradas colgaban del techo, y un enorme árbol de Navidad ocupaba el centro de la sala, cargado de luces y bolas de colores.
"¡Mia, querida! ¡Qué alegría verte!" - dijo su abuela, abrazándola con fuerza.
"Hola, abuela" - respondió Mia, sin mucho ánimo.
Mientras caminaban hacia la cocina, la abuela sacó una bandeja llena de galletas de jengibre.
"Voy a enseñar a hacer galletas de jengibre, ¿te gustaría ayudarme?" - preguntó su abuela con una sonrisa amplia.
Mia dudó. No estaba tan segura de querer participar en la cocina, pero la emoción de su abuela fue contagiante. Aceptó, pensando que tal vez, eso llenaría un poco el vacío que sentía.
Pasaron horas riendo y cocinando mientras la abuela le contaba historias sobre las tradiciones navideñas.
"¿Sabías que las galletas de jengibre son parte de la magia de la Navidad? Se dice que la gente las hornea para compartir con amigos y familia" - explicó la abuela.
A medida que mezclaban los ingredientes, Mia comenzó a sentir un cosquilleo de entusiasmo. El olor de la canela y el jengibre llenaba la cocina.
Mientras la masa de galletas se enfriaba, la abuela le propuso decorar las galletas con glaseado y chispas de colores.
"¡Vamos a hacer un concurso de la galleta más linda!" - dijo su abuela, y Mia rió por primera vez.
El tiempo pasó volando entre risas y juegos. Mia se olvidó de sus dudas sobre la Navidad. Cuando probaron las galletas, su sabor era del mundo entero: dulce, cálido y un poco salado.
"Me gustan mucho, abuela. ¿Por qué no hacemos más?" - preguntó Mia, de repente emocionada.
"¡Claro que sí! La Navidad no es solo sobre los regalos, es sobre compartir momentos y hacer cosas juntos" - le recordó la abuela.
Con cada galleta que hacían, Mia empezó a comprender algo fundamental. No se trataba solo de lo que creía o no, sino de las experiencias y recuerdos que se creaban en esos momentos compartidos. Se asomaba a la ventana y veía la nieve caer, mientras las luces del árbol parpadeaban como si le sonrieran.
La noche de Navidad, la familia se reunió alrededor del árbol. Todos tenían algo especial preparado.
"Vamos a compartir nuestras galletas de jengibre con los vecinos. ¿Qué te parece, Mia?" - sugirió su abuela emocionada.
Mia se sintió llena de alegría al pensar en llevar las galletas y compartirlas. No lo había previsto, pero esa Navidad la haría sentir parte de algo que realmente importaba.
Esa tarde, mientras repartían las galletas entre los vecinos, Mia sintió el calor de todas las sonrisas y el amor que la rodeaba. Comprendió que la Navidad era mucho más que luces y regalos. Era una sensación, un espíritu que vivía en cada rincón, en cada sonrisa, en cada galleta horneada con cariño.
"Gracias, abuela. Esta es la mejor Navidad de todas" - le dijo mientras regresaban a casa.
La abuela sonrió, sabiendo que había transmitido el verdadero significado de la magia navideña: la alegría de compartir, el amor familiar y la felicidad en pequeñas cosas. Mia ya no sentía ese vacío. Ahora, su corazón estaba lleno de galletas de jengibre y recuerdos para guardar durante toda la vida.
FIN.